jueves, 11 de diciembre de 2008

MOTITA, AVENTURAS Y DESVENTURAS

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE “MOTITA”
VIDA, PASIÓN Y MUERTE

1.- ESCARBANDO LOS ANTECEDENTES.-
En la historia de la humanidad se conoce de muchos viajeros y turistas que en constancia de sus periplos rememoran y hacen gala de sus aventuras y recuerdos (muchos imaginarios), acaecidos en otros tiempos y países, ciudades, o sobre gentes, paisajes, etc. a los que han visitado, llenando acogedoras páginas, sea de extraordinarias narraciones, leyendas o mitos, así como de relatos de historias y anécdotas vividas personalmente, evocándolas para el ejemplo, la instrucción o el entretenimiento de inquietos curiosos, y hasta de investigadores muy serios, como es el siguiente caso.
En un exótico país, cuya imponderable belleza paisajística es de una señorial cautividad anímica e inigualable con follajes ora de un cálido trópico, ora de extensas praderas cubiertas de flores y frutos, ora de climas fríos pero sin la exagerada impertinencia de la nieve. Así, esta tierra ejerce por sí sola una captación intelectiva absoluta, pese a lo cual, no viene al caso ni justifica identificarlo. sus atribulados habitantes aún hacen romerías conmemorativas de ciertos eventos históricos, mientras que otros rechazan aquello con el propósito de desprenderse de la memoria colectiva sobre lo acaecido en otros tiempos, hecho que para muchos, en su recuerdo pende como una pesadilla, que lacera el sentido común y la cordura, quedando grabado como el “INRI” de la cruz de Cristo, clavado en la frente de sus paisanos.
Se da el caso que, especialmente ciertos connotados personajes, hijos preclaros de aquellos parajes, pensadores que han visto en esta historia una fecunda raíz de convenientes resultados con los que pueden sacar lustre a su nombre y apellido, tal recuerdo es motivo de cierto vano orgullo y satisfacción personal, ya que el mismo ha sido plasmado en páginas doradas con enchapes de oro y tapas de hermosísimos tallados en cueros especiales, reseñando sus mínimos detalles cual gestas dignas de reconocimiento y mención para las postreras generaciones que se sucederán hasta el infinito en el devenir de los tiempos, relievando con ello, en forma continua las venturas, aventuras y desventuras de un ser extraño, cuya vida dejó marcada una época en la historia.
Destácase dicho espécimen por sus singulares acciones y habilidades, entre las que muchas sobresalen, y sobre todas ellas, la capacidad de escaparse de toda responsabilidad, dejando cualquier obligación suya como carga gravitante sobre las cabezas de sus semejantes, sin que nada le importune, ni le cause la mínima preocupación, demostrando, en contrario, una especie de satisfacción, puesto que éstos eran, por aquel, mentados como sus principales trabajos.
Es así que el héroe de este relato, conocido personalmente y en la intimidad de sus amistades con el cariñoso nombre Motita , jamás trabajaba, no le importaban ni la sabiduría ni los conocimientos que en su continuo peregrinar le proporcionaba el mundo (ni el de su propia casa), no se esforzaba por nada, ni siquiera por procurarse sus propios alimentos, era incapaz de sacudirse ni por un momento de su principal placer, el sueño, manteniéndose largamente en su habitáculo, incluso por varios días continuos, despertándose únicamente para atender sus múltiples obligaciones como eran comer o dormir y, cuando más joven, para asistir a ciertas distracciones y entretenimientos.
Había entonces, para el efecto, desarrollado técnicas sofisticadas en el arte del escape y escondite, llegando, como un caso extremo que se menciona, a valerse algún arte misterioso, según cuentan los entendidos, que era como esfumarse o pintarse de transparente, nadie se daba cuenta que estaba presente, lo que era, lógicamente, muy conveniente a sus intereses, puesto que, consciente y alerta, con todos sus sentidos activados, escuchaba y todo veía sin delatar su presencia, incidiendo en ello, además, la costumbre y tácita aceptación de sus familiares y demás congéneres que convivían en las proximidades de sus dominios, quienes habían abandonado definitivamente la gracia de contar con su colaboración..
No obstante, consideran los observadores, que era un verdadero espectáculo el que daba Motita -cuando estaba despierto- al momento en que alertado, por el aroma, el sonido de los platos, cucharas y tenedores o el ajetreo que entrañaban los preparativos del servicio, y especialmente, su presentimiento activado por el violento repique de la campana despertadora de su reloj biológico que le anunciaba la hora de comer, hacía su aparición con una velocidad apenas superada por el rayo, puesto que apenas se notaba su presencia sólo se le veían las orejas y ya se encontraba, primero que todos y sin importarle actos ceremoniales por la presencia ocasional de invitados o personajes extraños al grupo familiar, devorando las delicias culinarias, pocas o muchas, dándose el lujo, en muchas ocasiones, de hacerse presente hasta con invitados a quienes los dueños de la casa tenían que prodigarles esmerada atención.
De tanto no hacer nada, cuentan quienes lo conocieron, que iba transformándose hasta en su estructura ósea, las misma que se había deformado al estado extremo en que sus brazos estaban siempre encogidos –aparentemente listos para trabajar- que casi no podían estirarse plenamente, manteniéndose como liebre en actitud de sobresalto ante inesperada sorpresa, como si quisiera de improviso saltar; su cuerpo iba adelgazándose o chupándose por la parte de arriba, por lo que a simple vista, parecía más bien de constitución delgada, mientras que se ensanchaba o agrandaba por la parte baja en que, en el fondo conservaba su saco alimentario que casi no tenía tiempo de vaciarse, y por otro, posaba cómodamente para, casi siempre, estar dominado por el más profundo sueño, alcanzando formas y tamaños desproporcionados.
Llamaba la atención, en grado extremo, su extraño sentido que le anunciaba la proximidad de alguien, sea que tratara de requerir su apoyo, de cualquier laya, o para otorgarle alguna satisfacción. Era sorprendente esta habilidad, ya que aún en el más profundo de sus eternos sueños, presentía trabajo y ¡pluf!, desaparecía, se esfumaba sin quedar en las cercanías, aparte de su olor característico, ni su sombra. ¿Cómo lo hacía?, era instintivo, ya que su naturaleza le había provisto de un sistema de sensores altamente sofisticados (se puede asegurar que de entre todos los sentidos tenía una sobre sensibilidad del sexto sentido, y, ¿quién sabe?, tenía un séptimo, octavo, noveno o décimo, pues eran extraordinarias y sorprendentes sus reacciones), los mismos que le permitían reaparecer justo en el momento en que había pasado el “peligro” y sus responsabilidades, trabajos u obligaciones estaban ya concluidos y no era ya precisada su colaboración, así sea para recoger su propio bocado de comida o sus pertenencias que casi siempre estaban donde habían caído, salvo que algún familiar le auxilie proporcionándole gratuitamente esta acción compasiva.
Para el efecto, se escudaba tras de cualquier pretexto, y siempre tenía varias explicaciones a la mano, sosteniendo el hilo de sus mentiras como si se tratara de la más absoluta verdad, por extraño, insignificante o absurdo que fuera el motivo.
Por otra parte, si alguien se acercaba, aunque sea a varias cuadras de distancia y que podría representarle alguna satisfacción, como: golosinas, mimos o cualquier halago, hacía su centelleante aparición, retratada de una forma muy singular: “retozando y dando pequeños saltitos, acompañados de mordiscos suaves y muy gráciles rebuznos que debían representar sonrisas o expresiones de alegría”, Motita hacía su incursión, atropelladamente incluso sin considerar la incomodidad de quienes le prodigaban dichos cariños.
Esto hace cavilar, sin embargo, en la vida incómoda que habría tenido que sobrellevar este ocioso consuetudinario, zanguango picarón e irreverente, cuya conducta particular seguía un patrón determinado, cual si fuese la ociosidad parte de su plasma vital o algo similar a una extraña religión. ¿Cómo sobrellevó el peso de su existencia sin haber tenido, jamás, el interés de cumplir obligación alguna? Se supone que dicha escapatoria era su reto, era su trabajo, su obligación impuesta por castigo de los dioses paganos de los pasados milenios, castigo atribuido a un dios bufón que quiso desquitarse de todos los desacatos que desde antaño los hombres les causaron a través de los siglos.
Apareció como por milagro, nadie supo cómo vino a caer en este país si antes no había ninguna prueba de casos parecidos. Luego de profundos análisis e interminables investigaciones científicas realizadas por eximios especialistas, se ha llegado a establecer que no existe ni existió jamás un espécimen similar en todo el universo, y a lo largo de todos los años de los que se tiene memoria, ningún caso, ha sido reportado. Por lo tanto, hablamos de un ejemplar único de esta especie, por ello, se ha recomendado buscar la manera de conservar sus recuerdos en un museo, momificarlo o por lo menos hacer secar su cuero y tenerlo en algún lugar de vista pública, para recuerdo y contemplación de todos los que quieran conocer y recordar su historia en el futuro de los tiempos.

2.- DEL NOMBRE “MOTITA”
Tenía su cabellera larga y espesa, ligeramente ondulada, siendo por ello propensa a enredarse y transformarse en motas. Por la ausencia de aseo continuo y la falta de arreglo, iban poco a poco formándose pequeñas motitas que luego de un tiempo crecían con la mugre e incluso basura que se adhería, cubriéndolas por todo su pelambre de muy diversas formas y tamaños, algunas que parecían cuentas de rosarios por estar entrelazadas unas con otras, adornando su cuerpo cual si fueran medallones. Su peinado consistía cuando su pelo se erizaba o desordenaba con el viento o la lluvia, bastaba aplacarlo con dos o tres sacudidas y revolcones, quedando mejor de lo esperado con el trabajo de los mejores estilistas (según su propia afirmación, por supuesto). Sería esta o cualquier otra razón, pero desde muy chico se dio en conocerlo con el nombre de Motita, nombre cariñoso y muy apropiado a su personalidad e idiosincrasia, por lo que, en lugar de disgustarle, era para él como un halago.
Motita no gustaba del baño, ni afeites y peor realizar el aseo de su ropa, lo que, para él, era un verdadero suplicio. Cuando por alguna razón necesitaba un cambio de vestimenta, bastaba acudir al armario de sus parientes y con ello tenía de sobra: ropa interior, de cama, informal, formal, para salida, elegante, de etiqueta o lo que requiera. Así, además, obviaba del lavado que lo causaba su más profunda repulsa, por lo que si alguna vez requería, era muy fácil: bastaba ubicarla en la ropa que iba a ser lavada por cualquier otra persona y ¡deseo cumplido!

3.- EL NACIMIENTO DE MOTITA
Cuentan que Motita tuvo un nacimiento por demás singular. Se dice que por aquellos tiempos su madre rondaba los años de oro, más próximos al petróleo que al propio oro, quedando en estado de gravidez cuando la menopausia era para ella y sus conocidos casi solo un vago recuerdo, causando primero un alto escepticismo y luego una prolongada sorpresa, ya que hasta la presente hay gente que duda de esta absoluta veracidad. Los estragos del embarazo vinieron con fuerza sobrenatural, siendo sacudida con muchísimos achaques que la golpearon con inhumana furia, ya que le sobrevinieron todos los síntomas conocidos, como: antojos, náuseas, vómitos, caprichos, pérdida de apetito y a veces apetito voraz, histeria, llantos sin motivos, sensación de angustia infinita, dolores de cabeza, extrema gordura, odio desenfrenado en contra de su marido, momentos de locura, momentos de éxtasis, momentos de euforia descontrolada, profundos baches de depresión, etc. teniendo, por ese y otros motivos, un embarazo terrible, que se iba agravando a medida que se acercaba la época del alumbramiento.
La madre, como consecuencia de estas reacciones, no comía con satisfacción, había perdido el sueño, y padecía de eternos dolores de cabeza y cefaleas que le hacían rondar por caminos de la desesperación, sin contar con que a medida que avanzaba su estado de gravidez, iba creciendo su barriga de forma desproporcionada, con hinchazones indeterminadas y temporales hacia uno u otro lado de la barriga, y a veces a los dos lados. Cuando el embarazo estaba en avanzado crecimiento, las pataditas y movimientos del pequeño Motita eran algo muy serio, sobre todo considerando el tamaño que alcanzó al negarse a abandonar su cómodo lecho interior.
Más aquello fue solo el principio ya que la pobre madre tuvo que soportar el peso y las travesuras del animalito por mucho tiempo, sufriendo demasiado en el intento de dar a luz de forma natural puesto que simplemente la criatura no quería salir. Motita esperó escondidito dentro del vientre materno y sujeto al cordón umbilical por largo tiempo, asegurando que estuvo en esta situación por más de treinta años, puesto que le asustaba perder su comodidad y no le gustaba imaginarse siquiera salir a luchar contra el terrible mundo exterior sin estar debidamente preparado.
Es por algo de eso que, en la actualidad, nadie está realmente seguro de la edad que tendría Motita, puesto que, si se hace la medición como se dice contabilizan los chinos, esto es, tomando como punto de partida la época de la fecundación, Motita sería más viejo que Matusalén, y algo menos si se toma en cuenta únicamente los treinta años uterinos, mientras que, si se cuenta los años desde el momento de su nacimiento, es decir cuando vio por primera vez la luz del día, todavía sus años pueden contarse con los dedos de las manos y los pies de dos personas y media, dependiendo del interlocutor, ya que según se tiene conocimiento, nunca señaló su verdadera edad, asegurando que ya estaba en los ..ticinco y ya mismo cumple los ..tiseis, viéndose, aparentemente, muy joven y lleno de vida. Es por eso que en cualquier ocasión, a pesar de que sus años pasan en vano, siempre se auto-define como niñito y cree que todas las personas así lo reconocen, por lo que deben tenerlo como tal, ya que en los buses o en reuniones sociales menciona que le tratan el “el niño Motita”.
Cuando el designio de los dioses determinó que viera obligatoriamente la luz del día, fue necesario contratar varias parteras para que traten de forzar definitivamente el nacimiento de la criatura. Y este es otro episodio memorable, puesto que mientras el gentío de parteras, médicos y curanderos hacían sus mejores esfuerzos, Motita se aferraba más y más al cordón umbilical y hasta con sus dientes impedía a sol y sombra que le quitaran su cómodo y placentero auto-encierro, el mismo que había presionado tanto a la humanidad de su madre que ya arrastraba su enorme abdomen.
Como resultado de largas horas de agotador esfuerzo que los especialistas en este tipo de partos realizaban en la necesidad de sacar a luz lo que estaba escondido en el vientre materno por la tenacidad de Motita, la casa de su madre se había convertido en casa de visita, siendo notorio el hecho que mientras unos especialistas trabajaban sin descanso, otros se encontraban durmiendo para recuperar sus fuerzas y seguir de nuevo en su arduo trabajo.
Debió ocurrir que como resultado del esfuerzo realizado para evitar su salida del vientre, Motita debió quedar rendido y emprendió así su costumbre de “dormir para descansar de dormir”. Tal fue la situación que en un momento en que todos los especialistas se encontraban ya sin fuerzas y nadie acudió a intentar sacarlo, Motita se quedó profundamente dormido y en un movimiento de su madre que trataba de caminar de un sitio a otro, se oyó un estruendo, un golpe seco como si fuese de un enorme bulto que se estampaba sobre el suelo, causando cierto susto general, el mismo que hizo que todos se despertaran y se aproximaran a ver lo sucedido.
Que sorpresa. Motita nacía justo cuando nadie se preocupaba de su nacimiento. Envueltos en la sorpresa, se aproximaron los especialistas a ver cual era el estado de salud del recién llegado, y minuciosamente investigaron por encontrar algún lastimado y satisfechos detectaron que la salud de Motita era perfecta, ya que nada, nada le había ocurrido ni en los pies, ni en las piernas, ni en los brazos, ni en las manos, ni en el abdomen, ni en la espalda, ya que sólo se había caído de cabeza, en la que encontraron un prominente chichón de aproximadamente cuadro centímetros de elevación, al que para quitarlo fue necesario aplicarlo un “quita-chichones” caliente, que consistía en calentar un ladrillo al fuego y sujetarlo en la parte enferma haciendo presión durante una hora, cada tres horas, hasta que desaparezca finalmente.
Cuentan quienes lo conocieron, que apenas acababa de nacer, es decir, de salir a la luz del día, era de verlo, tenía casi la estatura de una persona normal, era grande y fornido, de un tamaño justo como para iniciar la “doma”, como se acostumbraba decir cuando los jóvenes empezaban a trabajar. Cuando abría los ojos parecía que estaba en un mundo raro; miraba como azorado, como recién venido de otro planeta y que se despierta, sorprendiéndose por no saber quien es el humano (si será la araña, el león, la vaca o alguna de las mosca que por ahí pulula) porque nadie le ha explicado todavía sobre estos extraños personajes; le sorprendía ver a las personas, los animales y aves, los vehículos que iban y venían por las avenidas, los pitos de los autos, las flores, el vuelo y ruido de los aviones, la altura de los edificios, pasos a desnivel, escuelas, centros comerciales, policías, pájaros, etc. a los que, incluso después de varios años, Motita gustaba de pasarse horas enteras entregado y sumido por completo en la observación, y, pretendiendo que otras personas hicieran lo mismo, ya que con extraños movimientos y pequeños saltitos trataba de demostrar lo mucho que gozaba de dicha contemplación.
Una vez salido a la luz, sucedió otro acontecimiento no menos preocupante, Motita logró aferrarse al seno materno, pasando día y noche colgado, chupa, chupa y chupa la teta maternal, la misma que ya parecía manguera de bombero, causando terribles molestias a su pobre madre sufría incluso los mordiscos del advenedizo. Si la madre dormía, burrito se acomodaba justo entre los brazos y no descansaba de chupar y chupar a pesar de dormir profundamente, y aunque roncaba con enorme sonoridad y gran eco, la chupa lo hacía en forma automática. Si despierta la madre, burrito se daba modos de adaptarse a sus nuevas posiciones, mostrándose siempre conectado con su madre, dando un espectáculo poco gustoso, por lo que ella debió mantenerse con reserva, sin presentarse ante la sociedad, sin poder realizar actividades que entrañen movimiento ni roce social, en un verdadero encadenamiento a los grandes dientes de su bebe.

4.- LA INFANCIA DE MOTITA
El día en que se soltó del seno de su madre, el mismo que ya daba claras muestras de los excesos a que estaba sometido, con feas deformaciones causadas por las mordeduras, por el peso y los tirones de Motita, fue para ella un motivo de grande felicidad, fue su día de la liberación, sintiéndose más libre e independiente que cuando los esclavos recibieron legalmente la emancipación de sus amos, aunque, de forma similar, su nexo continuaba por la costumbre, ya que incluso, estaba obligada a darle protección extra para que a veces no se olvide de respirar, para que no se olvide de comer, para que abra los ojos, para que se duerma acostadito en su lecho y no donde caiga, parado o sentado, para que despierte, para que camine sin caerse, para que no se ensucie con sus propios desperdicios, etc. etc.
La infancia de Motita fue larga y problemática en demasía. Hasta casi los diez años, contados desde su nacimiento, todavía era necesario llevarlo de un lado a otro empujándolo o tirando de sus manos, ya que en caso contrario se perdía con facilidad, metiéndose en escondites inimaginables. Se recuerda que, cierta vez en que se extravió, le encontraron como a los tres días, metido en un arcón grande que su madre tenía en uno de los rincones de la casa y que contenía algunas ropas viejas, reaccionando con mucho enojo porque no lo habían ido a sacar a tiempo y tenía mucha hambre y sueño. Otra de las veces que esto ocurrió, fue encontrado, luego de varios días, vagando por unos caminos solitarios cercanos a otra población distante varios kilómetros de su casa y cuando le preguntaron del porqué hacía semejante cosa, respondió: “es que tenía unas ganitas de andar y andar y andar…”. Otra ocasión, luego de varias horas de buscarlo, fue hallado, a unos quinientos metros de su casa, sentado sobre una gran piedra ovalada, esperando, según decía, que nacieran pollitos bien grandes, porque alguna vez le habían dicho que aquella roca era un huevo, dada su alta similitud con la forma de los huevos.
Graves fueron estos primeros años para su pobre madre, aunque los posteriores, en ocasiones, fueron peores. Sin embargo, tenía, como única esperanza, la ilusión que al entrar a la escuela, aprendiera a conocer nuevas cosas y pudiera valerse por sí mismo, confiando, de este modo, en que algún día pueda transformarse en algo menos que estorbo, o al menos, dejarle respirar un poquito.

5.- MOTITA VA A LA ESCUELA
El día en que Motita fue llevado a la escuela, se recuerda como un día muy especial para todos los que en aquel entonces asistían tanto al primero como a los demás niveles escolares. Colgando de su espalda grandes alforjas con los útiles escolares nuevos -libros, lápices, cuadernos y borradores- entremezclados con golosinas y suficientes raciones alimenticias para calmar su apetito matinal entró a su aula, algo confundido, siempre empujado por su madre, y, antes de ser presentado a su profesora, éste se aferró con tal fuerza a su progenitora que más fácil de hacerle soltar hubiera sido llevar a su casa la escuela con bases, estructuras y todos sus materiales, iniciándose una lucha titánica por su separación. La profesora empujaba a la madre hacia fuera de la clase para separarle de Motita y Motita salía pegadito a ella. Esta empujaba a Motita para dentro de la clase y con él adentro su madre. Así pasaron largas horas entre que le meten a la clase y vuelve a salir con su madre. La lucha hubiera persistido sino fuera por que a la profesora se le ocurriera un ardid muy inteligente como práctico, le presentó un plato de frescas y ricas golosinas ofreciéndole entregar si se acercaba y que luego fueron colocadas a la puerta de entrada del aula de clases con la promesa de que solamente se sirviera si se portaba tranquilo y cooperaba tanto con ella como con los demás compañeros.
Los primeros días fueron angustiosos, puesto que, apenas se iba su madre, este se desesperaba y sin importar el orden que su profesora pretendía imponer, ya estaba adonde ella se encontrara, en otras, antes que su madre pudiera poner los pies en la casa, ya estaba primero que ella, aguardándola. La profesora tuvo que hacer muchos esfuerzos para controlar a Motita y mantenerlo en la escuela, la mayor de las veces con la solución señalada de ofrecerle golosinas.
Estas escenas fueron repetidas en varias ocasiones, con similar solución en la mayoría de ellas.
Ahora en la escuela, obligado a guardar compostura por los métodos pedagógicos más modernos, hasta ese entonces conocidos, empezó a darse cuenta que tenía que quedarse en ella por su bien, aunque no se sabe bien que si “su bien” era el conocer nuevas cosas o solamente saborear unas muy golosinas cuya ofrenda iba resultando algo costosa.
Así se experimentó un cambio radical puesto que empezó a acudir a la escuela muy puntualito, con su talega de libros a la espalda, y la ansiedad por llegar pronto, pensando en su plato de sabrosas golosinas que la profesora se esmeraba en tenerlas frescas y bien dispuestas.
Ya en la clase, pronto descubrió que los mejores lugares para participar con su presencia de las enseñanzas de su profesora eran los asientos del fondo, y, presuroso se acomodaba en ellos y, entremezclando con las voces de sus compañeros que repetían el abecedario, hacía coro con sus retumbantes ronquidos. Que titánicos esfuerzos hacía la profesora para que Motita atendiera a sus explicaciones. Muchas veces le cambió de su asiento poniéndole al frente de la clase, pero siempre retornaba en búsqueda de su acostumbrado lugar.
Cuando todavía se encontraba en estado de conciencia, participaba del aprendizaje con sus compañeros y en voz retumbante repetía las enseñanzas de la profesora, entonando en una especie de canto, sus primeras letras: “a, e, i, o, u”. No importaba lo adelantados que en el aprendizaje estuvieran los demás alumnos, para Motita, lo único que le importó de veras y se sentía muy contento, era que ya conocía bien las vocales en el orden de presentación del vocabulario. De entre los confines de su sueño, en ocasiones, pataleaba y, a pesar que la maestra daba clases de otra asignatura, desde su Yo profundo repetía: “a, e, i, o, u”.
Comprendiendo que sus alumnos ya conocían ciertas bases teóricas, precisando avanzar en el aprendizaje de nuevas materias, la profesora inculcada por su espíritu de entrega y afán de servicio para que sus muchachos estudiantes tengan un conocimiento más amplio y puedan, al ser mayores, cumplir a cabalidad su retribución de servicios para la comunidad, todos (o casi todos) prestaban una generosa atención y alegres recibían las clases de matemáticas, geografía, historia, gramática, etc. En momentos que la maestra enseñaba los números, sumas, restas y demás operaciones matemáticas, y solicitaba con preguntas alguna respuesta a pequeños problemas matemáticos, o de cualquier otra índole, de entre los profundos sueños de Motita salían algunas respuestas, no tan acertadas, oyéndose para el efecto, como contestación, que recitaba: “a, e, i, o, u” con lo que ponía incómodos a los demás compañeros.
Por estas y otras intervenciones estudiantiles, en muchas ocasiones, la maestra tomó a Motita de ejemplo para los demás niños. Entonces les recomendaba que debían prestar atención a las clases y estudiar con mayor dedicación los libros que ella les recomendaba, concluyendo, “no hagan lo que hace Motita”, o “estudien para no ser como Motita”.
Pero ¡llámenle para el juego…! Era de verlo cuando luego de largos minutos de estudio los niños salían al recreo, Motita demostraba, ahora si, toda su desbordante alegría, a lo grande, siendo el primero en salir y el último en regresar del descanso. Correteaba, saltaba por doquier, dirigía a los otros niños en sus juegos y se esmeraba en participar con ellos, gustando mayormente de participar de las carreras, y otras veces, dándose a cargarlos, por turnos, uno por uno a casi todos sus compañeritos. Nadie le ganaba en velocidad; el juego de pelota le encantaba pero era muy torpe, no tenía habilidades, por lo que no pudo participar como seleccionado para los campeonatos nacionales y mundiales que se organizaban. En el juego de las escondidillas era el más grande de los jugadores; aquí fue donde demostró un talento natural. Nadie pudo superarlo jamás, ya que, si no fuera por su propio cansancio, éste no volvía a aparecer en la vida. Es una lástima que no hubiera en esta disciplina un campeonato mundial, o siquiera olímpico.
La escuela dio a su madre este pequeño descanso, ya que solamente en estos momentos podía realizar algunas actividades, tal como lo había presentido en años anteriores. Sin embargo, al término del día, Motita llegaba retozando a juntarse nuevamente con su progenitora. Esta, con suma paciencia y cariño le preguntaba ¿Qué aprendió Motita el día de hoy en la escuela? Y él contestaba muy contento: “a. e. i. o. u”.
Terminado el período de clases, los alumnos estaban dispuestos a rendir sus exámenes finales, para lo que se presentaban luciendo sus uniformes muy elegantes y bien planchados, sus útiles escolares bajo el brazo y en completo orden. Como nunca antes se ha visto y para sorpresa de todos, Motita fue a colocarse en los asientos del centro del salón en medio del grupo de estudiantes más aprovechados, resaltando su figura puesto que era notoriamente el mayor de todos. Entregados, a cada estudiante, los cuestionarios para los exámenes de las distintas materias, se iniciaron las pruebas.
Nuestro amigo meditaba y meditaba sin encontrar respuesta alguna ni para identificar su propio nombre. Sin que la profesora se diera cuenta, y por lo tanto ninguno de los presentes, con habilidad asombrosa espiaba a sus compañeros ubicados en pupitres continuos y copiaba y copiaba hasta lo que respiraban. En la prueba de matemáticas, en un momento de descuido de sus compañeros, deslizó su examen y lo colocó sobre el escritorio de su vecino quien sin darse cuenta hizo la prueba y al verla terminada Motita, de forma parecida, nuevamente la sustrajo, con grande sorpresa de su compañero que encontró la suya vacía, teniendo que realizar de nuevo.
Al finalizar el período de realización de exámenes, la profesora hizo la presentación de las calificaciones correspondientes a cada alumno y, cual explosión atómica, vino la sorpresa suya y la de todos los asistentes que constataron que entre todos los alumnos de este período lectivo, Motita era el mejor estudiante y sus excelentes calificaciones le hacían merecedor del primer premio, el mismo que, con bombos y patillos y la algazara general, le fue entregado a su madre con felicitaciones y recomendaciones de ayudarle para que siga adelante en sus estudios universitarios.
Aquello levantó, no sin las más diversas razones, una revuelta con características de polvareda revolucionaria, puesto que entre murmullos, gritos, comunicados, entrevistas, llamados de atención, exigencias a que se vuelva a rendir los exámenes, etc. etc. etc. el descontento era generalizado, alcanzando las protestas hasta los encumbrados asesores del Ministerio de Educación, del Presidente de la República e inclusive hasta los representantes de los organismos internacionales, como la UNESCO, las Naciones Unidas, OEA, y más organismos públicos y privados, sin que se pueda conseguir reversar aquella situación.

6.- EL DESCANSO DE MOTITA
Pasado aquel memorable incidente de la escuela en que Motita resultó ser el as del conocimiento, felicitado como el primero y más importante de su clase por el sistema educativo de entonces, él se creyó verdaderamente importante, a tal extremo que consideró ser merecedor de un pequeño descanso. Así lo entendió y sabiendo que está escrito por la pluma de la sabiduría popular en el brillante libro de la historia: “date a la fama y échate a la cama” , se imaginó que su fama estaba consagrada y lo más acertado era poner en práctica la segunda parte de dicho refrán, y, sin pensar dos veces ni en otra cosa que podían insinuar sus congéneres, sintiéndose el alumno más famoso de la clase, además de el más inteligente de todos los compañeros, el único que obtuvo felicitaciones por sus calificaciones, creyó oportuno tomar un receso a su agitada vida de libros y mochilas, para lo que adoptando su mejor talante, al trote veloz llegó a su casa, lanzándose desde la puerta a su acostumbrado lugar de reposo, donde quedó sin movimiento en un verdadero estado cataléptico. Quienes vieron este sorprendente acto, cuentan sus detalles relatando que mientras se sucedía el salto, en milésimas de segundo, hubo todo un proceso de sucesión de eventos. Inicialmente, cuando tomaba impulso, era ostensible su desbordante contento, cuando se elevaba por el aire al dar comienzo al salto, su felicidad aumentaba a extremos en que se notaba un aire de inmensa satisfacción; a medida que se desplazaba en dirección a su cama, su éxtasis iba “in crescendo”; en medio de aquel viaje singular dio dos graciosos bostezos, cerró los ojos, estiró sus extremidades y quedó, en el aire, profundamente dormido, cayendo con cierto estruendo en el rincón acostumbrado de descanso ya descrito, en el más avanzado concierto de ronquidos.
Su sueño se prolongó por varios meses, de modo que para que no feneciese de hambre o sed, tenían que acercarle los alimentos, los que tomaba, con un lujo muy suyo, rodeado por los verdaderos ángeles quienes eran sus invitados, sin darse la molestia de ni siquiera abrir un ojo para degustarlos apropiadamente. Tal era la profundidad de su sueño que sus familiares y amigos tenían que hacerle continuas limpiezas, sobre todo cuando aparecían sobre su piel algunas manchas verdosas causadas por la presencia hongos, musgos y otras plantas que se dan en los lugares húmedos y sombríos. Eran, por consiguiente, sus acompañantes permanentes algunos bichitos que vivían gozosos entre sus pelos, asumiendo que esta morada se trataba de un hotel cinco estrellas destinado especialmente para los seres de su especie.
En los primeros tiempos este descanso de Motita no mereció la atención de nadie ya que consideraban que, por su juventud y los profundos estudios, la escuela le había causado un agotamiento total de sus fuerzas. La preocupación de su madre y demás familiares se fue acrecentando a medida que pasaba el tiempo. Motita no se daba por enterado que afuera estaba el mundo, dando y dando vueltas, y que sus cercanos familiares se morían de preocupación de verlo en tal desparpajo, cuando hasta las hormigas y otros animales e insectos se desvivían por su futuro aprovisionándose para mejorar los días de invierno o verano venideros y soportar el cambio climático de las estaciones.
¿Qué pasará con Motita?, se preguntaba angustiada su pobre y aterrorizada madre. ¿Estará enfermo de alguna extraña y grave enfermedad? Comenzó por inquietarse, consultar a sus familiares, amigos y vecinos, hasta acudir a todos los médicos y expertos conocidos. Ante la falta de entendidos en esta extraña enfermedad, hubo de hacer viajes a otros pueblos, ciudades y países, solicitar que los viajeros comenten a otros viajeros y estos a otros en la esperanza de dar con alguien que sepa de esta enfermedad y su consecuente curación.
Cuando en lejanísimos confines de la tierra encontraron a ciertos sabios que sabían que en los tiempos pasados se habían producido brotes de una enfermedad rara parecida a la de Motita, se alertaron y pusiéronse en camino, cargados de talegas de posibles remedios, libros de curaciones, artilugios de magia y otras aplicaciones. Casi todos quienes lo veían, diagnosticaron a esta dolencia, como “Perisitis Burrífuga Aguda”, extraña enfermedad, muy delicada y de honda preocupación ya que solo en épocas antiquísimas, cuando las especies estaban recién en proceso de evolución, esta enfermedad había hecho una barrisola generalizada, habiéndose detectado que quienes la padecían con semejante profundidad, todos, absolutamente todos habían muerto, principalmente comidos por los tigres de colmillos de sable, pumas, leones o cualquier otra fiera que pululaba por aquellos territorios, y los que no, murieron de inanición o falta de respiración a consecuencia de no tener quién les ayude a respirar o alimentarse, pero que era una verdad, todos estaban muertos.
¿Qué hacer para salvar a Motita?. Había que aplicar alguna medicina de acción inmediata. Con este propósito fueron consultados los más notorios estudiosos y especialistas (incluso los que diagnosticaron su dolencia), quienes le aplicaron todos los medicamentos conocidos en aquella época y por conocer hasta después de siglos, incluyendo baldes de agua fría, pedradas en la cabeza y en el lomo, pinchazos con bayonetas caladas en los fusiles que se utilizaron en las guerras de la independencia, levantamiento en vilo para ver si de esta manera queda parado, en respuesta a lo que solamente se escuchaba un estruendo del aplanamiento que daba nuevamente al chocar contra el suelo. Algún desconocido dijo, incluso, que la única solución era darle cristiana sepultura puesto que Motita estaba desde hace mucho tiempo definitivamente muerto.
Fueron consultados los brujos de lejanas tribus quienes hicieron hasta exorcismos, veterinarios, médicos especializados en enfermedades astrales, interplanetarias, intergalácticas. Y nada. Motita seguía plácidamente departiendo con sus amigos los angelitos, a veces juegos, a veces festines, sin importarle los apuros, angustias y sufrimientos de su madre y demás familiares.
Pasados aproximadamente un año y tres meses, tiempo en que ya casi nadie se preocupaba de nuestro amigo, a eso de las diez de la mañana con treinta y seis minutos y diez segundos, se escuchó un terrible estruendo que nadie sabía de lo que se trataba pero que venía del sitio en que justamente estaba acomodado Motita. Todos los habitantes del lugar y zonas vecinas se inquietaron por lo sucedido y alarmados con gran tropel urgían por saber de lo que se trataba. Creían que la tierra se había estremecido con un terremoto, y querían saber del epicentro, pero fue imposible, puesto que nadie podía acercarse. Un hedor espantoso inundó la zona hasta una distancia de diez leguas a la redonda, a tal punto que desaparecieron hasta los piojos, pulgas y cucarachas que habitaban con plena satisfacción en las costillas del dormilón. ¿Qué podría ser?, ¿Qué será?
Al intentar cambiar de posición haciendo en tal propósito un pequeño esfuerzo, Motita que solo comía y comía y no hacía digestión, viéndosele últimamente tan hinchado que ya parecía globo, en un simple movimiento de reacomodo, dejó escapar de un solo golpe todos los gases producidos por la maceración continua de tanta comida acumulados por meses y, con tal estrépito que dio la impresión que era causado por una erupción o terremoto o alguna bomba atómica que amenazaba con asolar aquel poblado, causando el susto general que, en primera instancia, generó un zafarrancho fenomenal del señor Dios y Padre nuestro, un ¡sálvese quién pueda!, dejando aquel pueblo, por unos momentos, totalmente despoblado, hasta que retornados la calma y la razón fueron acercándose, especialmente quienes aguantaban el hedor por no tener el sentido del olfato o tenerlo atrofiado por severas lesiones, a cerciorarse por sí mismos de los acontecimientos, pudiendo, con toda la razón del mundo, aseverar que este es hasta la actualidad el pedo más fuerte, hediondo e inimitable que se ha dado a lo largo de toda la historia del mundo y que pueda imaginarse por mente alguna, aunque sea desquiciada.
Como efecto de esa reacción orgánica en cadena que tuvo lugar dentro del sistema digestivo y más órganos del animalito, la misma que había sido desencadenada por fuerzas misteriosas que no han sido debidamente dilucidadas todavía, Motita había sido lanzado con tal estrépito hasta una distancia de doscientos veinte y cinco pasos con tres codos y dos pulgadas y media, por lo que en los primeros instantes de este aciago acontecimiento, Motita simplemente desapareció. El olor de aquel desagradable pedo, duró alrededor de siete días con sus respectivas noches, quedando, para siempre, en el recuerdo de toda la población, como un estremecimiento de terror y angustia inolvidables, aquel aciago día.
Igual que cuando Motita nació, esta vez, por una causa evidentemente diferente, pero que le había aislado del mundo y sus batallas, mostrábase azorado sin saber lo que pasaba, ni quien era, ni con quién se encontraba, ni que hacía en aquel extraño lugar. Solo recordaba que, en medio del sopor del sueño, luego de la explosión inicial, se encontró flotando por los aires y que desesperado trataba con todas sus fuerzas de asirse de algo sin resultado positivo hasta que ¡puuuuuum! vino el impacto definitivo y el pobre Motita se encontraba rodando por entre las peñas, matorrales, riachuelos que en aquel suelo, por obra del destino estaban presentes, quedando adolorido y sin fuerzas para reaccionar de inmediato, pararse, correr, gritar o lo que sea.
Por suerte o alguna otra travesura de la fortuna, este fue el fin del descanso de Motita y el inicio de nuevas aventuras y desventuras del mismo, puesto que es cuando se da inicio a una etapa en la que este héroe hace su aparición en la culta y noble sociedad de ese entonces empezando a surcar el mar o el infinito espacio que existe entre la comodidad del “que-me-importismo”, del “ya voy” y las exigencia del trabajo responsable.

7.- MOTAS SE PINTA DE TRANSPARENTE Y JUEGA A LAS ESCONDIDAS
Grande, más grande que todos los demás, muy comilón, atento a todo lo que es parecido o tiene pinta de juerga, distracción, diversión y entretenimiento. Motita se pasa ahora muy atento por descubrir los nuevos inventos de la civilización. Entona canciones, que con su voz y estilo desafinado se parecen a rebuznos. Mira televisión sólo hasta la hora en que todos los canales han cerrado sus transmisiones. Se despierta, pasadas las once o doce horas de la mañana, temprano y madrugando para luego de tomar su desayuno o primera comida meterse de nuevo entre las calientes sábanas hasta esperar que le llamen a servirse su almuerzo y atender nuevas distracciones.
A la edad que atravesaba Motita, se asegura que ésta era la verdadera edad del burro, era normal que sirva para colaborar y realizar algunos trabajos, prestando su ayuda para facilitar las tareas familiares. Fue imperioso, en muchas veces, obligarle a empellones para que se movilice y, doblando su lomo, haga algo útil para la familia, sociedad o para él mismo.
Fue por aquel tiempo en que empezó a sopesar lo que, para sí mismo, es bueno o no lo es. Primero que todo aprendió, o era una de sus innatas virtudes, que es de sabios mantenerse fuera del alcance de los peligros, aunque estos sean únicamente fantasmas, y, por sí acaso, antes que ser atrapado por tonto, lo mejor era no presentar el cuerpo del delito.
Ahí es que aprendió a fingir y escabullirse de mil maneras. Si alguien pretendía aprovecharse de él obteniendo algún beneficio gratuito, Motitas no se lo consentía, siendo misión imposible lo contrario. Y aprendió algunos trucos y engaños.
Cuando mamá decía: -Motita lava los platos.
contestaba: –ya voy.
Mamá: -Anda a la tienda;
: -Ya voy.
Mamá: - Cámbiate la ropa;
: -Ya voy.
Mamá: -Apaga el televisor
: -Ya voy
Mamá: - Lee un libro
: -Ya voy
Para todo tenía siempre lista su respuesta, “Ya voy”. Desde la vez primera que pronunció la misma sentencia, a todos los seres humanos presentes los engañó y jamás hizo nada que sirva de ayuda para nadie. Esto es, nunca fue a ninguna parte ni hizo nada.
“Ya voy” y sus tretas de escondite, fueron las mejores herramientas que jamás alguien haya inventado hasta ahora, sirviendo a sus intereses de la manera más satisfactoria y fiel.
Con horas de anticipación podía distinguir la naturaleza de la colaboración que le iban a solicitar, por nimia que fuera, encontrando que la mejor forma de evitarlo es ponerse a salvo. Al presentir que alguien se acercaba, él ya sabía si se trataba de algún pedido de colaboración o si era para atenderle con algún cariñito o alimento.
Al tratarse de comida no había manera de evitar su presencia. Siempre estaba dando vueltas por las ollas, las mesas, cocina, metiendo su mano para probar algún bocadito previo, alguna rica presa que “no se han de dar cuenta ni ha de hacer falta”, debiendo ser atendido a la hora de la mesa con esmero, prontitud y preferencia, con el primer plato, puesto que en caso contrario empezaban sus arrebatos, berrinches y reclamos hasta conseguir lo que él tenía en mentes.
Si no era la hora de comida o de algún halago que alguien le va a proporcionar, Motita era inexistente, presumiendo que era requerido para que preste su colaboración en alguna tarea. Por más que le buscaban no asomaba y desaparecía como por arte de magia. Si en alguna ocasión le dieron una encomienda para que la cumpliera lejos de casa; hacia aquel cumplimiento fue de muy mala gana, movió sus pasos hasta perderse de vista, quedándose escondido hasta que todos consideren que ha cumplido con tal pedido.
En la mayoría de veces se detectó, y lo pude comprobar por mí mismo, que apenas sentía la presencia del peligro (ayudar en la casa), se ponía alerta y si entraban a buscarle por una puerta, el salía por la otra o entraba en el baño y no pronunciaba ni chis ni mus. Sería telepatía, sentiría los pasos o sería por el olor o cualquier otro misterio, Motita nunca fue sorprendido fácilmente.
Cierto día el dueño de la casa entra a la cocina y sorprende a Motita mientras degustaba algunos bocaditos sacados con su mano directamente de la olla y aprovecha para inculcarle la necesidad de que trabaje para que se provea cada bocado y golosina que prefiriese, por su propio esfuerzo. Motita le responde –Ya voy, ahora mismo voy a buscar trabajo-
El dueño, imaginándose que Motita había comprendido sus recomendaciones, esperó a que éste encontrara trabajo y se valiese por sí mismo. Desde ese momento Motita bajó sus orejas y se hizo invisible. Todos sabían que burrito estaba en casa y nunca le pudieron encontrarle. Motita se daba modos para no encontrarse con nadie, ¡ni de fundas!; si el alguien entraba por una puerta, Motita salía por la otra y viceversa, llegándose a creer que algo misterioso tenía este espécimen que desaparecía instantáneamente.
Alguna vez se dijo que Motita había inventado una pintura especial que le hacía transparente y que voluntariamente la utilizaba para escabullirse de situaciones comprometedoras. Así mismo, las malas lenguas sostenían que tenía pacto con fuerzas misteriosas y que se esfumaba en el aire, de conformidad con sus intereses y voluntad.

8.- LOS TRABAJOS DE MOTITA
La historia de Motita, hasta estas alturas relatada, aparentemente nos conduce a imaginarnos como alguien extremadamente incapaz de vivir y realizar absolutamente nada podía subsistir. La verdad es que, se esmeraba en demostrar su antagonismo por la cooperación y la realización de ningún trabajo, especialmente si podía dejarlo en manos de otra persona. No es así la verdad absoluta, puesto que hay registros que sí ejerció algún trabajo. Baste señalar que con suerte logró ingresar a la burocracia, registrando su nombre como experto en el arte de escribir y manejar documentos públicos, haciendo las veces de secretario.
En aquel arte creó extremas formas de disfraz, haciéndose ver como altamente competente, responsable, trabajador, inimitable experto, conocedor de gente. Todos quienes le conocían se maravillaban de verlo tan esmerado, tan dedicado, no alzaba la vista ni para saludar a sus cofrades y contertulios, siempre se mostraba agitado y sudando la gota gorda, a pesar del frío que resbalaba por las paredes del vetusto edificio.
Parecía que Motita había encontrado la horma de su zapato. Y valdría más asegurar que había dado en el clavo, en el epicentro de la felicidad mundial, que había entrado en cuerpo y alma al cielo. Tal era el éxtasis en el que se sumía cuando se encontraba “trabajando” que en ocasiones no movía ni ojo, ni pelo, ni boca, ni oreja; únicamente eran Motita y su trabajo, confundidos en uno solo.
En su entorno familiar se sabía que Motita trabajaba en un importantísimo empleo, que las principales autoridades se codeaban y socializaban con él, que conocía los secretos más profundos de la burocracia, y que, en su ocupación, era imposible que cualquier otra persona se le asemejara, ¡ni de lejos!, en capacidad y entendimiento; sabían de sus buenas cualidades, de lo hábil que era en ciertas materias relacionadas con su trabajo, que era el único en saber redactar largos informes técnicos y científicos; no había nadie como él en utilizar con mayor agilidad y destreza las complicadísimas máquinas de que se servían en aquel entonces; y, sobre todo, lo que es más importante, el único que administraba influencias y amistades del gobierno y los más altos ejecutivos de las empresas, estando en consecuencia listo para complacer adecuadamente a los clientes.
El tiempo pasaba y los responsables del área donde estaba metido Motita empezaron a extrañarse que a pesar de observar a nuestro amigo trabajando de sol a sol, hasta sin comer, como un loco, a pesar del largo tiempo que trabajaba ningún producto salía. A fuerza de suspicacias se logró que se investigara el trabajo de Motita. En respuesta a dicha insistencia de las autoridades los superiores procedieron a revisar los diferentes trabajos a él encomendados, las carpetas donde aparentemente archivaba su trabajo y todos los papeles con los que pasaba el tiempo estaban llenos de borrones y tachones, las palabras que había colocado Motita no tenían consistencia ni consonancia, estaban escritas con una ortografía al revés, cada letra había sido repasada dos, tres o más veces de forma que casi no se entendía si era una “a”, “z”, “s” o cualquier otra, no hilaban una con otra, y, lo peor, no se referían a los temas propuestos, estando los documentos básicos carcomidos por el tiempo y guardados en el baúl del olvido. Nunca fueron despachados.
Imaginaron ser ellos los locos. Si, ¿cómo podía ser que una sola persona haya cometido tantas burradas juntas? Y pensar que por alrededor de quince años habían estado pagándole mensualmente, con bonificaciones adicionales, con regalos navideños, con fiestas de agasajo para los buenos trabajadores, con certificados de honorabilidad y diplomas de honor cada cinco años, etc. etc.
Desde que recibió su nombramiento en la burocracia hasta que le despidieron honrosamente de la oficina, habían pasado exactamente diecisiete años, tres meses, siete días, dos horas, veinte y cinco minutos y diecisiete segundos. Le llamaron ante los jefes, hicieron una alharaca fenomenal y ¿qué podían conseguir?
Cuando le exigieron explicaciones y pidieron demostrar sus conocimientos y contestar a las preguntas de rigor para que siga en el trabajo, Motita con la frente en alto juró que sí sabía y que estaba muy preparado para funciones mayores, no solamente para las que ha venido cumpliendo. Para que demostrara cuanto sabía, le sometieron a varias pruebas y en todas ellas lo respondió con honradez, gran personalidad, confianza en sí mismo, repitiendo a todas ellas, con resonantes voces: “a”, “e”, “i”, “o”, “u”
Ahí terminó la historia laboral de Motita, puesto que le dijeron que sus altísimos conocimientos le facultaban para realizar trabajos de muy superior nivel y mejor paga, ya que para este puesto era preferible alguien sin tantos títulos y reconocimientos como los que él había alcanzado en sus años de trabajo, dándole a entender que a partir de ese momento nuestro amigo debe pasar a trabajar en empresas o instituciones donde requieren sabios, eminentes profesionales y expertos en altísimas ocupaciones y que están desesperados esperando por sus servicios.
Motita salió de su antiguo trabajo con ínfulas de gran sabio y súper experto, sintiéndose sobrado para aquel puestucho en el que “había perdido tanto tiempo” y se había hecho viejo. Creyó que sus examinadores tenían toda la razón y que por fin habíanle hecho el reconocimiento a sus verdaderas capacidades, por lo que pensó que a partir de ese momento iban a ir a buscarle, ¿cómo no?, en su casa, haciendo largas colas para obtener sus servicios, que vendrían los empresarios en grandes grupos, que estarían interesados en su enorme experiencia, incluso, empresas y gobiernos extranjeros. Decidió, para sí, mientras iba camino de regreso, que es mejor dejar pasar a los primeros grupos de interesados para que, de esta manera, resaltar su valor y por tanto obtener mayores beneficios personales.
Sus familiares pronto se dieron cuenta de su real situación y le recomendaron que no aspire tener grandes responsabilidades sino que solamente realice los trabajos que según su capacidad le corresponden, con los que tendría, al menos, unas cuantas zanahorias para llenar su imponente panza.
Es así que su ego sobredimensionado, creyéndose más importante que la “mamá de Trazan”, de “Superman” o de la “Mujer Maravilla”, decidió que sus capacidades no pueden ser ofendidas realizando trabajos de inferior calidad, por lo que esperó que le fueran a buscar y él les atendería sólo en los casos de personas verdaderamente interesadas, y que sea para dirigir, en el peor de los casos, algún ministerio, embajada, presidencia de la república, empresa transnacional o parecidos.
Siguiendo su complejo de “alto nivel de ejecutividad”, dejó para siempre de colaborar, hasta en los cuidados de la casa, tornándose, ni más ni menos, en la “mascota” del lugar a quien sus familiares y conocidos tenían, por obligación que alimentarle, vestirle, llevarle de paseo, proporcionarle los implementos necesarios para su vida, y en especial, tenerle presente en todos los bailes, entretenimientos y las diversiones por demás inimaginables. Cuando la familia organizaba un paseo o excursión, estaba en los ajetreos para acudir a una invitación familiar o de amigos, o cualquier acto social, por más privado y de estricta reserva que este sea, Motita estaba listo, primerito, sentado en el primer asiento, arreglado y perfumado. Ya en la fiesta, era normalmente el dueño, el alma de la farra, y con sus rebuznos, trotes y corcoveos, se creía el invitado estrella, pese a causar desagrado y estorbar a los presentes, muchos de ellos de mucha categoría social.
En esto si era puntual, puesto que gustaba de ser el primero en llegar y el último en salir, aunque esto representara un total agotamiento de sus fuerzas y tenga que reponer unos ocho o quince días de cama estricta.
De verlo en esas condiciones, cansados de soportarlo con su manutención total, proporcionándole gratuitamente alimentación, vestuario, diversiones, vivienda, salud, y todos los demás gastos que en las actuales condiciones se precisan para subsistir, los familiares hicieron todo lo posible para que busque un nuevo trabajo y, en caso contrario, por conseguirle alguno apropiado. Todo empujón que le dieron era inútil ya que siempre respondía “ya voy” o que “no había trabajo” que tanto ha buscado y no podía encontrarlo. Con esa respuesta seguía metido bajo las cobijas como si afuera el mundo no estuviera dando vueltas o que no diera muestras de existir.
En un principio, trataron de conseguir aplicaciones acorde a sus grandes talentos y capacidades, más, al ver que no era apto ni para cargar las alforjas, tuvieron que disminuir las pretensiones, tratando que ocupara cualquier empleo, por insignificante que fuera, pero que entrañe, al menos, no verlo dentro de la casa, y sí, interesado en algo de interés.
Siguiendo estos preceptos, lograron que nuestro Motita acepte colaborar con un familiar, y, conociendo que no estaba preparado para nada en particular, ni general tampoco, se propusieron enseñarle para que realice algunas funciones elementales.
Para no aceptarlo puso mil y un pretextos. Que ¿Cómo ha de trabajar con esa miserable paga que le ofrecen?, que a él no le quieren, que está muy lejos el trabajo, que no necesitan de colaboradores, que es un trabajo muy duro, que no dan alimentación, etc. etc. etc.
A regañadientes aceptó hacer el intento de colaborar en un nuevo trabajo. Aquí le ofrecían la administración de una pequeña fábrica. Mejor es decir, iba a iniciarse en el trabajo que la fábrica le ofrecía.
Resulta que el buen Motita, el día de su iniciación en el nuevo trabajo, se despierta como era su costumbre con el repiqueteo de sus intestinos que reclamaban algún sustrato apropiado, “temprano” según él, pero pasadas las diez horas de la mañana. Hasta que se vista con sus ropajes de etiqueta, se espolvoree unos talcos que espantaban hasta a las moscas, aplique perfumes especiales probablemente traídos desde las ruinas peruanas, arregle su pelambre, se movilice y llegue al sitio convenido, pasarían alrededor de dos horas adicionales, de modo que cuando llegó, todos creyeron que venía en son de mera visita, por lo que no tuvieron reparo de despedirlo antes de que sea un mal ejemplo y contamine con sus pretensiones a quienes laboraban normalmente.
Todavía Motita se atrevió a formular una excusa genial. Después del “arduo trabajo” que tuvo que resistir desde muy tempranas horas de la mañana, retornó a su casa a recuperar fuerzas con el almuerzo, dando la impresión como si viniera cansado, agotado, sudando de tanto trabajar. Luego de la comida todavía se dio modos de descansar largo rato; pasado un lapso de hora y media, se arregló nuevamente para retornar “al trabajo” al que se encaminó decidido a cumplir con sus obligaciones. Adivinando que era un tiempo prudencial, que le permitía disimular su falta, regresó y nuevamente entretejió algunas explicaciones, resultando que su trabajo ha sido en vano, que le habían tratado muy mal sin darle ninguna facilidad para que se desenvolviera adecuadamente, nadie le quería, incluso, los muy malvados le impidieron cumplir hasta con sus más elementales necesidades corporales, siendo estos, por lo tanto, el símbolo de la maldad absoluta, con un corazón podrido por los malos sentimientos y, especialmente, los celos y la envidia que de él tenían, sin contar que la paga que ofrecían no cubría ni sus mínimas exigencias.
Se puede decir que este es el trabajo de menor duración que alguien ha podido registrar, puesto que por su cortedad, a pesar de revisar la mayoría de los libros de historiografía de empleos para, definitivamente sólo existe éste.

9.- MOTITA SE QUIERE CASAR
Viendo a los animales del campo retozar libremente, correteando por entre las frescas flores de las praderas y degustando sabrosos frutos silvestres, muchos de cuyos seres se veían felices cortejando enamorados a sus respectivas parejas, luego de cavilar profundamente decidió que, a sus años, no es bueno estar muy solo. Y pensaba y pensaba y pensaba en la persona que sería la compañera de su vida, la que no debía ser, como es lógico pensar, menos hermosa que él, menos aristócrata y de insignes lazos sanguíneos que él, menos sabia que él, de menos sentimientos que él, con menos títulos que él. Tenía por lo tanto que ser tan bella como él, de condición racial que equivalga, como mínimo, a la hermandad con él, sabia como él, amistosa y cariñosa como él, tantos títulos como él, etc. de tal forma que midiendo con el rasero no quede ni un solo pelito por abajo, ya que por arriba solo estaba él.
En su cabeza de solterón perdido iban acumulándose estas ideas, de tal forma que, como no podía digerirlas, estas aumentaban llenando su pequeño espacio al punto de alcanzar un enorme peso, que le obligaba a inclinarse hacia delante, en actitud de sabio en éxtasis. Se mostraba continuamente cabizbajo, meditabundo, a veces apesadumbrado. En varias ocasiones se hallaba como ausente, imaginándose felizmente formalizado, juntos con su pareja, enamorados, recogiendo juntos las tiernas florcitas de la pradera.
En sus descuidados desvaríos sufría de continuos chibolos causados por los golpes sorpresa que le daban las puertas, árboles o paredes que no se quitaban cuando Motita se movilizaba. Retornaba al planeta tierra donde hacía expresivos sus sentimientos de amor con un sonoro suspiro que aparecía al ser exprimido todo el aire de sus pulmones y, ¡cataplum..!, ya estaba nuevamente poseído de su inspiración, en estado de semisueño o semi-inconsciencia.
Claro que ninguna de las personas potencialmente elegibles y que se adaptaban al molde inventado por Motita iban a ir a buscarle justo en su cama, diciendo, “soy tu sueño y aquí estoy para que nos casemos”.
Así es como, sabiendo que ello no era posible, inició la búsqueda de pareja. Salía atolondrado de su casa por una puerta y entraba por la otra, o por la misma. Cada vez que era golpeado por una nueva inspiración, salía de la casa y volvía a entrar, aunque nunca avanzaba afuera más de diez a quince pasos.
A medida que abultaban sus pensamientos, iba haciéndose más insoportable. Estaba decidido a encontrar pareja y salía de la casa y volvía a entrar, salía por una puerta y entraba por otra, a tal extremo que en poco tiempo sus pasos reiterados y desordenados fueron desgastando el suelo, formando un caminito el que quienes lo descubrían por primera vez no entendían su razón de ser hasta ver a nuestro amigo en su permanente trajín de búsqueda interminable. Con el paso del tiempo, hubo necesidad de rellenar y nivelar muchas veces las profundas huellas que se formaban por su permanente paseo.
Sin embargo, de ese nivel no pasaban las cosas, sin haber llegado a tocar su puerta la soñada pareja de su inspiración. Motita se desesperaba mostrándose irritado, turbado, hostigado por su soledad que le envolvía a pesar de estar dentro de un muy concurrido núcleo familiar.
Quienes tenían interés en consolar y calmar a nuestro amigo, hicieron muchos intentos de buscarle la pareja apropiada. Todos los ejemplares escogidos adolecían, al menos, de alguno de los requerimientos, por lo que resultaban ser inapropiados para su “alter ego”. Feas, gordas, flacas, bajas, viejas, altas, negras, blancas, verdes, y, miles y miles de defectos que hicieron muy dura la vida de sus seres queridos y la insatisfacción aún mayor de Motita que sintió que nada puede consolar su desolado camino.
A veces parecía que ya perdía la fe de encontrar su alma gemela y se contentaba con llevar una vida cómoda, sin mayores compromisos que la preocupación de no estar preparado para saber que va a comer el día de hoy, hasta que el fluir del aroma que procedía de las ollas le trastornaba y sólo se calmaba luego de ver las viandas vacías, lamidas hasta casi decolorarlas, volviéndose a dormir, plácidamente, o participar de algunas distracciones que absorbían su atención. Esto, considerando que normalmente la televisión le embargaba de tal manera que veía casi todos los programas de todos los canales televisivos, posibles, de los que relataba al dedillo sus programaciones y preferencias.
Todo esto no impedía que su vida siga inmersa dentro de un inmenso vacío existencial. Nada lo llenaba. El sólo lo tapaba por sobre la superficie, sin importar ni para qué molestarse en cubrir a fondo dichos faltantes, entre los que estaba su pretendida búsqueda de pareja.
Cuando, luego de muchos fracasos de búsqueda y desilusión, se esfumaron los años de su nubilidad y la época en que cualquier candidata podía apreciar sus virtudes y elegirlo como compañía para el resto de sus días, nuestro amigo mostró su hondo resentimiento contra todos sus familiares y amigos puesto que, sostenía, que por sus culpas él no había podido contraer nupcias y tener una vida amorosa como la de cualquier otro mortal, embanderando conceptos e ideas hacían entristecer a sus interlocutores o torturados oídos de sus escuchas, sosteniendo que hasta las pulgas encuentran su alma gemela que hace posible trascender a esta dura vida con una singular descendencia. Para él, todos eran malos, tenían un corazón negro, eran malditos como el diablo, y si usted quiere, no alcanza el diccionario para estos y todos los epítetos que denigran a una persona, acusándoles y responsabilizándoles de su terrible soltería.
Muchos sostienen que la verdadera razón por la que se encontraba en celibato, no es tanto por no existir hermosas y muy bien proporcionadas candidatas como parejas aceptables, sino, por su altísimo egoísmo, puesto que en la realidad no quería dejar por completo su comodidad y bien se entiende que tendría necesariamente que realizar algún trabajo o actividades que irían en beneficio de la pareja y él no es sujeto digno de esclavizarse por nada ni de servir a nadie, observándose que es un asiduo partícipe de las actuales teorías sobre la división del trabajo, así como en practicarlas, prefiriendo, de acuerdo con su teoría, que la parte del trabajo sea realizado por otras personas, mientras que el descanso y el entretenimiento lo reserva exclusivamente para él. Así mismo, es fanático de las leyes de la física, sobre todo cuando se trata de la “ley del menor esfuerzo”, prefiriendo dormir y descansar antes que tener desgaste por realizar esfuerzo alguno.

10.- HOGAR, DULCE HOGAR
Ya cuando bordeaba el otoño de sus años, pasados sus primeros malos momentos y sabiendo que ya no existe pretendiente, ni posibilidad que alguien le exija trabajar, ni obligación que lo encadene, dejó de escuchar a quienes le compelían para que haga algo por su vida y la vida ajena. Ya nada importaba, y hasta el “ya voy” se había olvidado, casi por completo.
Si presentía alguna molestia, bajaba sus orejas de tal forma que parecía que le cubrían hasta la cola, convirtiéndole en una motita que apenas se movía –aunque de tamaño descomunal-, se quedaba quietito y buscaba algún escondite donde pasar esos malos momentos. Que te llaman para darte empleo, que en la prensa hay muchos llamados, que todo mundo trabaja para comer..., que va. Hecho una sola motita, silencioso y mudo, mirando casi desde el suelo, como una pelotita, dobladito, como para que crean que no es él. Ni respiraba, prefiriendo desaparecer haciéndose humo, como en forma mágica, hasta que pase el vendaval.
¡Cuantas veces! ¿Quién sabe? quienes le rodeaban tuvieron la intención de entrarlo a patadas imaginando que se trataba de una pelota de trapo de aquellas que los niños la abandonan, para dedicarse a otro juego, ya que ni se movía el rato del susto.
Si su madre o cualquier persona necesitaban de su compañía, ayuda, o la simple atención de su parte, nuestro amigo prefería no oír y calladito esperaba que transcurriera el tiempo y se olviden del asunto. Paradito tras una puerta, o metido en un cuarto oscuro, casi sin respirar, esperaba –o así vivía- (incluso hasta dos o tres horas), con lo que finalmente conseguía un buen pretexto, “ya es muy tarde”. Esto hacía, aún, quedándose así en el momento de una comida, lo que era de extrañar considerando su considerable apetito.
Así vivía y vivía y vivía. Por suerte nunca se enfermaba y parecía que nada le afectaba. ¿Qué le va a afectar? Si a nada estaba expuesto. Ni el frío, ni el calor, ni el sol, ni la lluvia, ni el viento, ni la noche, ni el día. No tenía de qué preocuparse porque al despertar comía y luego que ya se cansaba de no hacer nada, otra vez comía y nuevamente le daba sueño, dormía.
Era, por consiguiente, muy hogareño. Si salía de la casa, apenas daba unos pasos fuera, ya estaba extrañando a su hogar, especialmente su caliente rincón, donde le esperaban su rica comida e inseparable cama. Cuando el sueño no le dominaba, este era reemplazado por la televisión hasta que nuevamente el sueño le abatía.

11.- MOTITA CONSEJERO
Desde que nació, tuvo una gran afinidad por darse de importante, experto conciliador, justiciero. Como que su naturaleza había captado y acumulado en la esencia de su ser, a través de los siglos y siglos transcurridos desde la creación y evolución de su especie, diversos conocimientos, sin aprendizaje alguno. Era como si se desparramara la sapiencia de su intelecto.
Motita no necesitaba que le pidieran. Jamás tuvo reparo en gratuitamente dar consejos a quien sea. No importaba que este sea un eminente político, pues, allá te va el consejo sobre política. Si este es un religioso, allá te va un consejo sobre los grandes misterios divinos y como resolverlos. Si este es un eminente científico en matemáticas y física, no es por demás un buen consejo sobre como aplicar mejor las fórmulas. No había tema ni materia para la que su innata percepción no estuviera preparada, siempre lista. A veces de en medio de sus estrepitosos ronquidos, escapaban uno o dos consejos relacionados con la materia de la conversación de los asistentes, causando a veces cierto reparo o nerviosismo a quienes lo escuchaban, dudando entre si será o no verdad lo que escuchaban.
Era como si tuviera relación con sus grandes orejas. Si alguien a lo lejos susurraba algún secreto, de cualquier distancia en la que estuviera, el presto intervenía dando su versión y recomendación, pues tenía un oído más agudo que el de cualquier otra especie.
En ciertas cosas, parecía más sabio que Sócrates. Estaba mejor preparado que cualquier madre para saber como tratar y educar a sus hijos. ¡Qué va! Si las madres actuales no tienen ni la preparación ni el tiempo para saberlo. Cuantas veces el Papa fue criticado por hacer sus viajes a tierras distantes a donde hablaban idiomas distintos, o no eran partidarios de la religión católica. No se entendía, en otras veces, ¿porqué el Presidente de la República no adoptaba ciertas medidas de política económica, social, agropecuaria, financiera, etc., si lo más práctico hubiera sido oír su comentario, y listo.
Pero ahí estaba, ufano de sus conquistas y glorias pasadas. Siempre exaltando sus triunfos y vastos conocimientos.
Hablen de ciencias, de filosofía, de historia, de la sociedad, de política, de astronomía, de culinaria, de viajes, de informática, geografía, snobismo, ocultismo, gramática, biología, sociedad, chismes, etc. En todo intervenía enunciando su sapiencia con su consabido “a”, “e”, “i”, “o”, “u”.
Hubo, ciertamente, una época en la que Motita se esmeraba en emitir su sano criterio aconsejando lo más sesudamente por el bien ser, el bien hacer, el bien vivir, el bien tener. Si viajaba, estaba en una reunión social, una mera conversación, o bastaba el simple y llano saludo, alguien era propicio para gratuitamente concederle un sano consejo.
Poco a poco, con el paso de los años, fueron tapándose las orejas de los oyentes, a tal punto que sus consejos empezaron a resbalarse como los deslizadores sobre el hielo o como las moscas en vaca gorda. Casi sin rozamiento alguno, puesto que no tenían asideros, ni tampoco fondo, dando finalmente algo de pena ver el esfuerzo que hacía al final de sus días como consejero sin tener oído abierto ni la respuesta correspondiente a sus sabias vertientes.
Pero nada de eso es un óbice. La naturaleza le obliga y de nada está excluido, además que nadie puede prohibirle nada, pues, para dar un consejo no es necesario que alguien le pida, sino que la situación se pinte propicia y, pudiera ser que su intervención sea la “pócima milagrosa que revivirá al moribundo”, además, que, es posible, no todas las orejas estén cubiertas de cera y alguien puede escucharle.

12.- SUS FIESTAS Y GENIALES PERIPECIAS EN SOCIEDAD
Uno de sus espacios públicos principales de Motita estaba relacionado el mundo de las fiestas y su participación en ellas, sea organizadas por sus familiares y amigos o de sea de carácter público. Para asistir a ellas se emperifollaba, se acicalaba, se engalanaba con tanta dedicación que debían pasar muchas horas del día en ponerse y quitarse y nuevamente cambiarse los atavíos que debían ir mejor con la situación y su personalidad, quedando siempre más hermoso que un repollo, tan orondo y redondo, con varios ropajes sobrepuestos, cubriéndose finalmente con dos o tres tapados o abrigos, dependiendo de la estación climática, al punto de moverse en irregular bamboleo que amenazaba con la pérdida total del equilibrio poniendo en aprietos a sus acompañantes, quienes sufrían para restaurar su porte cuando a veces esto sucedía en el desarrollo de la reunión.
Para terminar con sus atavíos gustaba de untarse de aderezos y polvos y rubores que daba la impresión que sobre los ropajes han colocado un gran bombillo navideño, de esos que brillan y muestran infinidad de colores haciendo las delicias de los pequeños. Sus mejillas estaban adornadas de intenso rubor sobre el polvo blanco que acrecentaban sus facciones aristocráticas; alrededor de sus ojos, ojeras y párpados, estaban coloreados de verde oscuro que hacían resaltar sus ojos claros, quedando en extremo parecido a los mapaches, esos animalitos que tienen a modo de máscara una mancha negra sobre sus ojos; de su cogote colgaban siempre imponentes joyas, muchas de ellas de bisutería barata. Terminaba su atuendo generalmente un carterón que le daba aires de gran empresario, a la que cuidaba en extremo, pese a que normalmente estaba vacía. Al fin, así es como prefería, por eso no permitía que nadie interviniera en su proceso de acicalamiento y decoración personal, ni siquiera a modo de consejo.
Era, naturalmente, el centro de las miradas y quisquillosos comentarios que casi en nada le perturbaban y tampoco trascendían porque estaba provisto de un escudo contra estas infamias en el que todos los malos comentarios resbalaban sin afectarle de modo alguno.
Pero, ¿para qué son las fiestas? Motita se transformaba en el alma, la esencia de la reunión. Participaba en todos los bailes, algazaras, alborotos, risas, juegos, conversaciones. Invitaba a participar en sus zarandeos al que esté cerca, esté parado o sentado, a veces con empujones o tirones para involucrarlos lo más activamente en el sarao. Cuando había algún renuente a participar, se prestaba pronto a enseñarle los pasos del baile –aunque su baile no pasaba de un ligero trotecito alrededor de su pareja o de los demás bailantes- considerándose quizás el más grande experto, aunque por igual se sacudía lo mismo en los valses clásicos, valses criollos, tangos, bailes tropicales, boleros, polonesas, ballet, etc. habiendo creado sus propios pasos de baile que consistían en una especie de marcha rápida pero como si se pisara reiteradamente sobre sus propios pies.
No había contrincante para el baile y la diversión. Rompía pista y cerraba pista, puesto que él se lanzaba a la pista de baile apenas sonaban los primeros sones entonados por la orquesta, y hasta por un silbido en caso de alegría, y mientras no se retire la orquesta y último invitado Motita trataba de encontrar la diversión restante para aprovechar “hasta el último centavito de la entrada” como acostumbraba a bromear, aunque no hay registros que hubiera hecho tal desembolso, ni para su movilización o entremeses que se acostumbra en tales eventos.
Normalmente, él prefería el sarao a cualquier otra manifestación de cultura, desechando por consiguiente el teatro, cine, conciertos de música clásica, etc. en cuyas presentaciones jamás pudo atender ni el inicio de las obras, peor terminarlas, puesto que era como inyectarle un fuerte anestésico directamente en el cerebro. En menos de lo que canta un gallo, Motita que gustaba tomar los mejores asientos de platea se rendía en los brazos de Morfeo y roncaba con palpitante sonoridad, de modo que su rítmico gorgoreo era oído en todos los rincones del teatro, haciendo que sus circundantes vecinos cercanos escaparan para estrecharse entre sí en los espacios laterales y en la parte trasera donde no era tan ensordecedor aquel murmullo.

13.- MOTITA SE VUELVE LOCO
Esta vida de zanguango empedernido había causado tanto desasosiego entre sus allegados que de mil formas y maneras le hostigaban para que realizara alguna actividad productiva, sin conseguir mayormente resultado favorable. Es así que de tanto oír dichas exigencias, llegaron a curtirse sus oídos, de forma que nada importaba digan lo que digan. Sin embargo, algo debía hacerse.
Personaje pícaro, hecho en el arte de la supervivencia fácil, empezó, primero entre murmullos donde solamente él se auto-consolaba con argumentos indiscutibles, luego en voz audible, en monólogos solitarios que se podían apreciar abiertamente, puesto que cuando estaba solo hablaba en voz alta cual si tuviera una verdadera discusión con personajes presentes. Sus ojos iban tomando un brillo especial, que si se detenía en observarlo, era como si sus pupilas dieran vueltas en un vórtice a veces hacia la izquierda, otras a la derecha, hacia dentro, hacia fuera, en uno y otro ojo, perturbando al interlocutor.
Desde entonces su vida tomó un carril nuevo. Hacía cosas extrañas. Se le oía sostener interesantes discusiones, muchas veces acaloradas, en las que se planteaba situaciones y ella misma contestaba o seguía el hilo de la conversación. Se dedicó a merodear por las noches en la casa, cuando ya todos dormían, colocando en pequeños recipientes agua y comida. No se sabe si tenían compañeros de juegos misteriosos, lo hacía para atender las urgencias de algunos animalitos domésticos (ratas o ratones), si atendía de esta manera algún trasunto espiritista. Lo que si era sospechoso que esto ocurriera casi todas las noches, dejando siempre en sitios menos transitados por lo que se localizaba siempre en días posteriores.
Lo que más llamaba la atención es que era el invitado principal, sin ser invitado, a cualquier reunión y exponía sus conceptos u opiniones erráticos sobre temas inimaginables pero alejados al tema de diálogo o de discusión. Esto preocupaba mucho porque todos los familiares entendieron que Motita estaba atravesando y avanzado grado de enfermedad mental y que por lo tanto debía tratarse de una manera urgente, ya que había el temor que en un arrebato pudiera representar algún peligro a quien estuviera cerca, sobre todo a niños o personas indefensas.
De esta etapa de la vida de Motita, existen muchas narraciones respecto de su actitud y comportamiento, algunas que pueden relacionarse con las que nuestro muy noble héroe Don Quijote de la Mancha hiciera en otro tiempo para alegría y rememoración de sus lectores. No obstante, las exacerbaciones de Motita, por tratarse de una persona de carne y hueso, han preocupado sobre las jugarretas que nuestra mente es capaz de jugarnos.

14.- MOTITA ENFERMO
Bueno, hablar de enfermedad de Motita, tal como se da por entendida a la enfermedad, nadie está muy seguro. Lo cierto es que Motita sostenía que estaba enfermo y se arrinconaba en su cama con el propósito de sanarse de cualquier clase de anormalidad que le afectara a su fisiología, y esto hay que considerar que se presentaba en cualquiera de sus edades (niño, joven, adulto o viejo), estado o circunstancia. Hay testimonios fehacientes de lo ocurrido en muchas veces, en que al solicitarle su colaboración o que prestara apoyo en los quehaceres domésticos que atosigaban a sus familiares, sea lavando la vajilla, aseando y arreglando su habitación en la que sólo él podía orientarse en descubrir sus pertenencias, retirando la basura que casi cubría toda su humanidad, etc. etc. era cuando le atacaba su enfermedad y replicaba, entre temblores, sudores, convulsiones y otros síntomas que en ese momento aparecían, que no podía hacer porque estaba enfermo, muy enfermo, y, efectivamente, se ponía pálido, los ojos transversos como si estuviera en los últimos estertores de la muerte y la cabeza lánguidamente apoyada sobre uno de sus hombros ya que no podía sostenerse en pié.
Con este ritmo de vida pasarían toda su existencia –para quienes le soportaron eran más de doscientos años, los mismos que contando detenidamente quien sabe si serían muchos más- porque al fin ni moría ni se sanaba, quedándose en sanación infinitas e interminables horas y días, observando que mientras llega la curación, estaba plácidamente recogido en su cama dedicado por entero a su única tarea de sueño y descanso. Descansaba de dormir y con el sueño descansaba de descansar. Sólo se sanaba por ratitos, milagrosamente, cuando le exigían que se acerque a la comida, especialmente si se trataba de golosinas, o si debía acudir a una invitación para participar en una alegre velada o un paseo por algún lugar de entretenimiento.
Había quienes sostenían, entre jocosos y furibundos: ¡Qué va a morir! -Hierba mala nunca muere- sobre todo considerando que nadie muere en la víspera sino cuando verdaderamente ya le toca su turno y hace su visita la señora de la guadaña, y ella no estaba para visitar a este personaje, todavía.
Es así que se convirtió en una verdadera oportunidad de ser importante, pues, con el tema de su enfermedad llegó a ser conocido por todas las gentes de la comarca y demás pueblos y montañas, cercanos y lejanos, donde mostraban su interés: ¿Es verdad que Motita está enfermo? ¿Cómo está Motita? ¿Ya se curó Motita? ¿Es grave la enfermedad de Motita? ¿Por qué no le curan a Motita? ¿Desde cuándo está enfermo Motita? ¡Está que le lleven donde un especialista! … que le lleven a Estados Unidos o por lo menos donde el Abraham Calazacón en Santo Domingo… Que le hagan una limpia porque puede ser brujería… que le cure un brujo… las alas de murciélago mezcladas con ojos de sapo dizque es bueno para el mal de ojo que parece que tiene… déle a tomar verbena silvestre mezclada alcanfor que es lo mejor para esas enfermedades… pásenle una soba por sus partes íntimas con ortigas negras recién cogidas, ese es el única remedio que cura esa enfermedad… con un poco de veneno en un vaso de coca cola se mueren nomás las lombrices… eso ha de ser mal aire o soplo del diablo…
Toda clase de artimañas, menjurjes, pócimas, remedios caseros, toneladas de fármacos, cargas de hierbajos de toda clase, médicos, curanderos, brujos, sopladores, espiritistas, etc. etc. y nada pasaba. Cuando presentía el llamado al trabajo, empezaba su acostumbrada enfermedad de muerte y, naturalmente, corre donde el médico, donde el hechicero, el brujo, la comadre María Mercedes, Papá Noel, y donde todos los que eran considerados especialistas en enfermedades raras, gastando abundante dinero en plata sonante y contante la que tenían que llevarla en carretillas… ¡para nada!, dado que el enfermo seguía igual, acostadito esperando solo la muerte en su plácida camita, en la que solamente faltaba que empiece a boquear para que vengan los enterradores, plañideras y todo el tropel de sepultureros que dizque aseguran un tranquilo paso del moribundo hacia el más allá, donde eternamente tendrá una vida plena de gracia y felicidad.


15.- LA VEJEZ DE MOTITA
Pasaron los años, lentos, agobiantes para unos y alegres para otros. Solo para nuestro amigo casi no tenían importancia.
Sin darse cuenta de nada, sin abrir los ojos para ver la vida, sin tener conciencia del mundo exterior. Fueron llegando y acumulándose pesadamente sobre su humanidad de modo que su efecto no tardó en presentarse, transformando y deformando a nuestro amigo. El peso de los años iba aplastando su cuero, más en unos lados que en otros, haciendo arrugas por aquí y por allá, lo que se hacía muy notorio por sus facciones y formas que tomaban la cabeza, el vientre, sus extremidades, espalda, etc. porque a pesar de todo, nunca dejó de tener un excelente y envidiable apetito, sobre todo por las cosas buenas y sabrosas que ingería en abundancia.
Primeramente se fue notando un abultamiento en su abdomen que, a medida que envejecía, se desplazó hacia arriba, dando la idea que se había tragado mucho aire, al estilo de un globo, notando cierta anormalidad que le impedía el uso de su ropaje acostumbrado, por lo que ahora tenía que abrirlo o quitar los cierres y botones por el excesivo apretamiento. Esta etapa implicó un engrosamiento del cuello y la cara que le hacían parecer como si los ojos se hubieran empequeñecido, los cachetes se agrandaban como si fueran dos melones con cierto pronunciamiento hacia la parte superior, en las cercanías de los ojos que prácticamente estaban cubiertos hasta más arriba de la mitad, precisando agacharse bastante para ver con claridad los objetos ubicados por debajo de cierto nivel, siendo bastante gracioso observarlo en estos movimientos dado el volumen de su gran cabeza, la misma que por su apariencia podían confundirla con uno de esos zapallos de feria, como si fueran pintarrajeados entre rojo, amarillo y blanco, hasta con abolladuras .
El mantenerse en pie y caminar se hizo poco difícil y hasta gracioso. Parecía que bamboleaba mientras caminaba y que podía virarse sobre el piso en cualquier momento, tal como ocurre con los trompos con que juegan los niños y van perdiendo el efecto de la cuerda y se aproximan a rodar por el suelo.
Con el paso del tiempo, se notó que el mucho peso que llevaba dentro de su cuero empezó a ocasionar una lógica tensión inversa, por lo que el agrandamiento del vientre fue bajando hasta finalmente convertirse en una especie de costal que colgaba estorbándolo al caminar al casi rozar el suelo. De forma parecida, los melones de sus mejillas eran ahora unas grandes masas colgadas y que por tanto estiraban su piel desde las orejas dando lugar a pensar en grandes alforjas colocadas a los lados de su cara.
En estas dos etapas de la vida de Motita, sus días se hicieron más pausados, apenas si se movía de su puesto, siendo hasta los ronquidos más sonoros y prolongados, casi insoportables. Y si estos representaron problemas para él, imaginad la triste suerte de sus familiares y amigos cercanos quienes tuvieron que soportar, con angustia, las atenciones que exigía.
Cada año que pasaba, cual afilada navaja, iban dejando otras huellas, más grandes y profundas. El cuero empezó a demostrar una especie de aflojamiento, como a estirarse por el peso de lo que contenía. Paulatinamente se fueron formando hondas que terminaron en dobleces, al estilo de los listones de las faldas de las colegialas, o de las ondulaciones de las cortinas. Eran arrugas tan profundas y grandes que por su prominencia fácilmente iban a servir luego para entre ellas guardar documentos importantes.
Los cumpleaños de Motita eran señalados con rayas en el marco de la puerta; pronto esta fue cubierta totalmente y los rayones se prolongaron alrededor del cuarto, dando un matiz especial de adorno algo extravagante, llegando al extremo que los nuevos años que venían casi ya no tenían ubicación, así es que cada vez que venían nuevos, tuvieron que marcarlos en otros cuartos en los que se iba señalando con flechas la continuación del registro. Esta vez, los dobleces del cuero se fueron llenando de pequeños nuevos dobleces y estos de otras pequeñas arrugas, dando la impresión por su ajamiento que el tiempo había sido en extremo cruel con Motita y que desde que nació nadie se había preocupado por plancharlo.
Con el aplastamiento que ejercían sus masas interiores y exteriores y el arrugamiento inmisericorde de su piel, nadie podrá jamás ni siquiera imaginar su apariencia, porque quedó en extremo feo, en forma tal que espantaba de verlo. Era una masa de cuero con ojos, rellenado, al estilo de las morcillas, aparentemente, de cualquier cosa, sin ningún orden. Sus brazos y piernas ya casi habían desaparecido, no tenían ninguna utilidad práctica porque era imposible que pudieran sostenerlo en el aire.
Se han hecho suposiciones diversas y cálculos aproximados en base a las mediciones superficiales de contorno y nivel de alzada, considerando el volumen que alcanzaba desde la superficie del suelo, que sus proporciones habían crecido tanto que para levantarlo en vilo se precisaban de entre cien a doscientos hombres, más o menos.
Pero dejemos de cueros y veamos la verdadera joda. Motita que estuvo en su niñez, juventud y madurez acostumbrado a recibir muy fácilmente todos los servicios que su vida requería, ahora, todo se multiplicaba porque sus familiares no podían apartarse ni un milímetro; cuando esto sucedía su sonora voz retumbaba exigiendo la presencia de uno u otro para que le atendieran de sus infinitas molestias, como: comezones, lavajes de sus arrugas, bichos de diversa índole –piojos, pulgas, garrapatas, chinches, cucarachas, niguas, etc.- que invadían y se impregnaban en su cuerpo para vivir gozando libremente de las oportunidades que les daba su vida; dolores, fatigas, calambres, adormecimientos de uno u otro lado, cefaleas, mareamientos, y más, sin contar que debía haber un permanente desfile de viandas de los más extraños potajes que en su aislamiento se antojaba, los mismos que tenían que prodigarle en su propia boca. Al comienzo directamente y más tarde, utilizando implementos adaptados puesto que había que sujetar las cucharas y tenedores, de los más grandes que se podía encontrar, en largas tiras de madera para lograr acertar en su boca que ya estaba muy distante del alcance de una persona normal.
Igual y peor suplicio requería su aseo, para lograrlo era necesario utilizar rollos de estopas elaboradas con fibra de coco, cabuya y otras fibras resistentes, sujetadas a palos largos que posibilitaban atender los innúmeros pliegues y arrugas donde guardaba celosamente la mugre y los desagradables habitantes que ahí residían, así como las motas que ahora si alcanzaban notoriedad suprema, pues cubrían ya gran parte de su cara y cuerpo, peor de lo que presentan los bueyes almizcleros silvestres.
En el caso de sus necesidades básicas ya era un caso perdido, pues para ayudarle estaba diseñado un conducto que llevaba sus excrecencias desde la cama hasta los exteriores, siendo este un sublime diseño inventado por equipos de los más grandes científicos de ese entonces y que permitía recoger la dicha suciedad y mediante un sistema automático accionado con agua realizar su transporte. Para tal efecto habían realizado excavaciones profundas donde se encontraban los pozos ciegos debidamente acondicionados para el efecto.

16.- LA MUERTE, VELATORIO Y ENTIERRO DE MOTITA
El día que murió Motita, fue uno de los acontecimientos del pueblo. Aunque ya varios doctores decretaron su defunción, a pocos minutos de nuevo estiraba la pata, alzaba la cabeza y trataba de erguirse. Otra vez quedaba estirado, sin respirar, y de nuevo movía las orejas y quedaba con los ojos abiertos. Nuevamente volvía a morirse, cuando alguna parte de su cuerpo retomaba vida y, así se iban retrasando los ritos del velatorio.
Cuentan algunos que estaban presentes en el momento final de Motita, que habiendo mandado llamar a varios médicos para que decretaran su muerte definitiva y no saber cómo establecer si estaba o no verdaderamente muerto, tuvieron que dejarlo en ese estado varios días hasta que empiece a dar mal olor y aún, por sí acaso, tuvieron que asegurarse que estaba muerto, realmente muerto, haciéndole picar por varias víboras, de las más venenosas que habitaban por la región, y además poniéndole algunas inyecciones de formol en todo su cuerpo.
A nadie realmente le interesó, en sí, el fallecimiento del pobre Motita, todos estaban preocupados sobre cómo realizar los pormenores del velatorio, traslado y entierro.
Una vez reportados sobre las agonías y muerte de Motita, vinieron alrededor de quince experimentados carpinteros encargados de elaborar el ataúd. Luego de diez a doce horas de tomar las medidas, buscar la madera apropiada, clavos apropiados, diseñar la caja, aserrar la madera, formar las bases de una especie de bergantín, vino luego la incógnita sobre las operaciones necesarias para manipular esa cosa informe y grande ¿Cómo ponerlo dentro a Motita?
Mientras los carpinteros buscaban la solución para darle adecuada y cristiana sepultura, otras personas se preocupaban por los demás preparativos, entre los que estaban la búsqueda y arreglo del sitio en el cual hacer el velatorio; la búsqueda del mejor lugar y preparación de la fosa para depositar los restos del finadito, del mecanismo de traslado, etc. Para el efecto se habían reunido varios miles de personas entre dolientes familiares, amigos, vecinos, invitados y trabajadores.
Para facilitar las cosas, se decidió que la caja debía tener unas ruedas grandes que faciliten el traslado. Por otra parte, antes que nada, debía terminar y cerrarse la caja luego de ubicar a Motita sobre la base, de modo que el primer trabajo estaba resuelto. Así establecido el cronograma y trabajada la base, se inició el proceso de colocarlo sobre ella. Hubo necesidad de movilizar un batallón de trabajadores, además de los familiares y amigos, logrando poco a poco ubicarlo, posibilitando la continuidad del resto de trabajos.
Para acoger a los invitados y seguir con el velatorio, en una gran explanada cercana se dispuso un tapado con telas y ramas que guarnecían el cadáver y los arreglos florales que presidían los diversos ritos fúnebres.
A este acontecimiento vinieron desde lejanos países los familiares y amigos, vecinos y conocidos, además de los curiosos y “paracaidistas”, viéndoseles llenar la dicha explanada, de donde entre susurros y desesperados llantos de tanto acompañante surgieron interesantes cuentos y relatos, parte de los cuales se han registrado en este pequeño narrativo.
Trece días de velatorio hicieron del pueblo una especie de gloria turística, puesto que los hoteles y casas de familia se llenaron de turistas y visitantes, obligando a buscar provisiones en pueblos lejanos de donde traían en camiones y a lomo de mula, camellos y otro tipo de transporte toneladas de todo tipo de alimentos agua y bebidas que eran repartidas indiscriminadamente a todo visitante, mientras que aprovechando el gentío se escurrían por entre dicha masa humana cientos de mercaderes ofreciendo sus productos a viva voz, contribuyendo a que esta reunión más sea parecida a una fiesta nacional que a un velorio.
En las vecindades de la casa de Motita se habían instalado cientos de carpas donde se expendían las más diversas mercancías, ofreciendo deliciosos bocados, frituras, comidas, bebidas, cobijas, plásticos, ropajes, tiendas de campaña, etc. etc. habiendo hasta presentaciones de magos e ilusionistas que entretuvieron los tensos momentos de pesar de familiares y amigos y la curiosidad de los visitantes, satisfaciendo, además, las necesidades momentáneas de los presentes.
En el velatorio, los familiares hicieron un enorme derroche al ofrecer a los asistentes, miles de bocados de diverso sabor y origen y bebidas por toneles, contando luego que, por causa de este gasto, la hacienda había disminuido en veinte dos toros reproductores, treinta vacas, noventa y cinco borregos de los más grandes, quinientos pollos, veinte quintales de patatas, veinte quintales de arroz, toneles de aceite y muchas otras cosas que se utilizaron con gran dispendio.
Llegado el día del traslado y entierro de Motita, hubo lamentos que entonados por la muchedumbre ensordecían y su eco era escuchado a varias leguas a la redonda. Muchas personas intervinieron con emotivos discursos relativos a Motita. Muchos de los mejores poetas y oradores hicieron gala de su verbo en son de rememoración de lo que fue en vida, un amigo fiel; la esencia de la felicidad que hacía falta al mundo; ejemplo para futuras generaciones; el único haz de luz que ha salpicado sobre la tierra para beneficio de la humanidad y todos pudiéramos darnos cuenta de la fragilidad de la vida; el don que la vida nos ha dado y hoy nos ha quitado; la esencia de la nobleza; y, muchas otras apreciaciones sobre quien en vida fue nuestro heroico personaje.
Para cavar la fosa donde irían los restos de Motita, habían intervenido veinte hombres bien equipados, y los mismos fueron contratados para el entierro y decoración final con un vasto jardín.
La movilización del cadáver, gracias al aditamento de llantas y más pertrechos que se colocó en el ataúd, no fue de mayor dificultad, por lo que, utilizando poleas y gatos especiales, fue ubicado en el sitio correspondiente, donde se procedió a retirar los accesorios y enseguida cubrir de tierra y llanto plañidero de despedida al afamado amigo.
Todavía, luego de finalizado el funeral, los deudos tuvieron que resignarse, por varios días, a la presencia de invitados, muchos de ellos desconocidos totalmente, ya que a este evento vinieron de todas las razas y lenguas que más bien parecía que estaban levantando la torre de Babilonia, cada uno con raras y diversas costumbres y modos de vida, que complicaron terriblemente la situación de los habitantes y moradores del lugar, especialmente de los familiares que además de la pena del difunto estaban obligados a
Cuando todos los dolientes se fueron, el área que la muchedumbre cubría en los días del velorio, anteriormente cubierta de vegetación y verdor permanente, quedó convertida en un árido desierto, con plantas totalmente estropeadas y envueltas por un basurero inmenso del que recogieron varias toneladas de desperdicios, que para eliminarlos y evitar el aparecimiento de enfermedades u otras plagas fue necesario incinerarlo produciendo un enorme fuego cuyas llamaradas se elevaron al cielo, causando la impresión que a media noche se había hecho presente el sol, mientras que el calor que disipaba alcanzó varias centenas de metros a la redonda, calcinando toda forma de vida que se encontraba y que aún se había salvado del estropeo causado por la muchedumbre reunida en este macro acontecimiento.

REGISTRO NOTARIAL
A los dieciocho días del mes de febrero del año del Señor dos mil cuatro, con la firma y rúbrica del muy letrado hombre de leyes y notario público, queda registrada la muy veraz historia que os acabo de contar, haciendo relación de los hechos acaecidos que narran la vida, pasión y muerte de Motita, un zanguango picarón, en la que, abstrayéndonos de hechos superfluos y de menor señalamiento, se hace la narración de sus principales aventuras y desventuras que fueron dichas por las personas que habían participado personalmente, presenciado, recibido noticias y narraciones de espectadores directos, quienes sabían de su existencia y conocían de sus hechos mucho más que Yo, pese a ser Yo mismo, de lo que doy fe, con la autoridad que estoy revestido, de haberlo conocido desde su nacimiento hasta su defunción y entierro, por ser quién lo ha inventado.
Darío Ernesto Llerena Torres
Quito, a 5 de febrero de 2004.

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