domingo, 31 de agosto de 2008

Parte de la familia LLerena-Granda

Una Semilla Maravillosa

Había un hombre pobre que, hace muchos años, vivía en un pequeño solar, compartiendo con su familia y un perro flaco, sus pocos ingresos obtenidos de las ventas ocasionales de cerdos y pollos que apenas podía criarlos y otros escasos productos que obtenía de la agricultura como resultado de un agobiador trabajo. Sus necesidades eran enormes, pues las exigencias que sufría por parte de su esposa y sus cuatro hermosos y juguetones tiernos niños, no eran satisfechas ya que, dicho solar, al no ser aprovechado largamente en toda su extensión, puesto que se encontraba cubierto de grandes piedras y sotos que dificultaban su labor, aparte que no disponía de suficiente agua para su regadío, tenía un muy pobre rendimiento.

En una de sus caminatas realizada por la parte no laborada y descuidada de su terreno, descubrió una extraña pequeña plantita, de características desconocidas, y que, por parecerle singularmente atractiva, decidió cultivarla. Para el efecto, retiró las piedras de su alrededor, suavizó y mejoró la tierra de sus raíces y la regó con un poco de agua.

A los pocos días que decidió visitarla, encontró que aquella plantita, la misma que recientemente fue descubierta y atendida con sus cuidados, se había convertido en un arbusto hermoso, al que procedió a quitar las hojas secas y podar las ramas menos necesarias, las mismas que fueron arrojadas sobre un cúmulo de piedras cercano con el propósito que no estorben a sus cultivos.

La sorpresa del hombre fue tanta, cuando cierto día, descubrió que su extraña plantita estaba cubierta de flores hermosas que despedían un suave aroma y prometían, consecuentemente, deliciosos frutos.

Entusiasmado con su hallazgo y con la alegría digna de la mejor fiesta, incrementó sus atenciones hasta que maduraron unos maravillosos y exquisitos frutos que compartió muy gustoso con su familia. El cariño por su arbolito fue mayúsculo, aunque su tamaño no superaba aún los dos metros de alto, pero el colorido y la fragancia que emanaban sus numerosas flores y frutos atraían a gran distancia a quién se acercaba.

Por esta razón decidió extremar su cuidado, procediendo en primer lugar a retirar las piedras de su entorno, retirar el soto que se encontraba cerca y nivelar el terreno, abriendo un espacio para que él y su familia puedan degustar mejor de aquella maravilla, a cuya contemplación y halago acudían principalmente en horas de la tarde, luego del duro labregar, con el objetivo de no levantar sospechas y la consecuente envidia que podía despertar entre el vecindario.

Con aquel tesoro inigualable vivió algunos años, siempre dedicado al duro trabajo que le proporcionaba el pobre sustento diario de su familia y los pocos animalitos que le acompañaban, incluido su famélico perro, desplazándose diariamente para disfrutar de su maravilloso tesoro escondido.

Sus hijos que entonces eran apenas unos rapaces, se habían convertido en hombres duros y hermosas mujeres que prometían en un futuro cercano la avenencia de la nueva generación y la esperada descendencia para el atribulado buen hombre. Sin embargo, todos estaban comprometidos a no hacer pública la existencia del hermoso árbol que adornaba su pobre solar y dotaba de alegrías insospechadas a la humilde familia.

Cierto día que con su familia hacía uno de sus acostumbrados recorridos por el solar, buscando esta vez, como era la tradición de los lugareños, determinar el sitio en el cual uno de sus hijos levantaría una casita para formar un nuevo hogar, descubrieron con gran sorpresa que de entre las grandes piedras y abrojos brotaban escuálidas ramitas, parecidas a las que adornaban al arbolito de sus alegrías.

Comprendió entonces que las ramas otrora podadas a su arbolito y abandonadas entre las piedras, al contacto con el suelo habían generado nuevos retoños y que estaban ofreciendo, en consecuencia, ampliar su grado de satisfacción, agradando por ventura a sus descendientes y amistades, por lo que, con la ayuda de sus hijos, removió las piedras y abrojos del lugar, dejando el solar abierto para suavizar y abonar la tierra, donde hicieron la siembra de aquellas nuevas plantitas y varias semillas, las que en poco tiempo fueron tan pródigas como la planta madre, iluminando de alegría a dicha pobre familia.

Al poco tiempo asomaron los primeros nuevos frutos, y luego, con los cuidados plenos de sus hijos, esposa y los primeros nietos, tuvo una agradable y frondosa huerta de la que empezó a recibir los abundantes dones de la naturaleza, entregando aquellos frutos maravillosos, poco a poco, para deleite de los paladares de todo el pueblo.

En aquel pueblo degustaban con enorme satisfacción de aquel ocal no antes visto y peor saboreado, por el que gustosos pagaban un mejor precio respecto de otros productos disponibles.
Esto motivó a que nuestro campesino ampliara su solar hacia nuevas tierras y su economía se robustezca empezando a vivir en mejores condiciones y haciéndose acreedor al reconocimiento de la sociedad con grande bienestar de sus familiares. Por su bueno y caritativo corazón se constituyó en el patrocinador para que nuevos vecinos tengan aliciente para empezar una nueva economía con nuevos cultivos y mejorar sus vidas.

Tal fue la visión que tuvo este buen hombre que el conocimiento sobre este fruto llegó a regiones distantes y países extranjeros que prontamente generaron una gran demanda que para atenderla fue necesario contratar administradores, técnicos especializados y muchísimos peones y empleados que mantenían grandes plantaciones que pronto aparecieron en una verdadera industria de cepas y semillas, por una parte, y en la cosecha de frutos, empaque, procesamiento y distribución, por otra.

Cuentan que la fortuna del antiguo “hombre pobre” alcanzó enormes registros, la misma que distribuyó en varias acciones de beneficio de su pueblo y país, llevando por su intermedio satisfacción hacia el resto de los ciudadanos, pues, había construido caminos, escuelas, hospitales, velando, especialmente, que los niños tengan un adecuado desarrollo ya que entendió que ellos son, en la actualidad, quienes merecen mayor atención ya que constituyen los únicos que serán capaces para ser en el futuro, los hacedores de la grandeza de su nación.
Elaborado el 25 de junio de 2001. Revisión, enero 15/04

[*] Este ensayo fue escrito por el economista Darío E. Llerena Torres con el propósito de posibilitar el despertar de opciones en la desesperación de la pobreza, puesto que en ocasiones la visión de las oportunidades es miope y sólo se logra acertar cuando un proyecto surge con dificultades y persistencia.