viernes, 26 de julio de 2019

LA HORRIPILANTE GUERRA DE LOS CARACOLES

LA HORRIPILANTE GUERRA DE LOS CARACOLES EL HOMBRE En cierta época de nuestra historia, en uno de los fértiles campos del país, los campesinos labraban la tierra y cultivaban diversidad de plantas que luego de algún tiempo y mucho esfuerzo prodigaban dulces frutos, tenían ricas leguminosas y cereales, sabrosísimos tubérculos y muchas variedades de hortalizas con las que agradaban la mesa diaria de sus familias y, ocasionalmente, de varios de sus amigos y vecinos. Muchos años disfrutaron de esta suerte de edén o paraíso terrenal, sin tener que preocuparse de malos años de cosecha, sea por sequías o exceso de lluvia, la presencia de plagas o fenómenos naturales como tormentas, vientos huracanados u otros hechos que perjudicaran los cultivos y las merecidas cosechas. Cada día era festejado en agradables mesas servidas con deliciosas uvas, dulcísimas manzanas y naranjas, grandes y riquísimos choclos, papas, camotes, zanahorias, etc. Que atraían por el aroma de las sabrosas ensaladas y las plantas aromáticas que brindaba la tierra alegremente cultivada. Los chiquilines jugaban y saltaban satisfechos de una vida sin penurias, correteando por entre los árboles frutales y las hermosas flores que invadían ese ambiente con exquisitas fragancias entremezcladas, entre sí, por la cercanía de rosas, nardos, geranios, orquídeas, gladiolos, dalias, rododendros, entre otras bellas plantas. Los campesinos solían descansar a la sombra de las higueras, capulíes, durazneros y manzanares contemplando satisfechos el esplendor de la naturaleza y la generosidad de la tierra expresada en pesados racimos de dulces uvas, rojas granadas, taxos y otras enredaderas que se extendían sobre ramales o maderos entretejidos para facilitar su labor. Toda una fiesta para sus allegados que degustaban agradecidos de aquellos dones de la naturaleza. Toda la familia, a veces inclusive la comunidad, coadyuvaba en la preparación del suelo, en la siembra de las plantas, en la recolección de las cosechas y en la conservación del producto, asegurando así el alimento familiar y colectivo, base fundamental de la vida. Hacia el horizonte se apreciaba un brillante y primaveral verdor matizado con la magia de los colores puestos por la naturaleza en las exuberantes flores que inundaban sus perfumes halagadores. Hasta el horizonte infinito se extendían las plantaciones de maíz, papa, arveja, lenteja, trigo, cebada, tomate, col, acelga, rábanos, zanahoria, uvas y muchísimas otras plantas que abastecían satisfactoriamente a toda la comarca que en comunidad gozaba de sus pertenencias, viviendo así en plenitud y armonía. LOS CARACOLES Muy lejanos a este paradisíaco edén estaban cumpliendo sus funciones rutinarias y vitales varias colonias de caracolitos, cuya existencia transcurría lenta y pesadamente, situados ahí desde su aparecimiento sobre la tierra, desconociendo su origen que se estima fue hace muchísimos miles de años, ya que se tienen registros de su consumo desde hace más de 6000 años en las antiguas civilizaciones europeas y africanas. Como se sabe, los caracoles, tienen hábitos nocturnos pues la fuerte luminosidad y calor del sol afecta su salud y en ocasiones mueren a causa de la deshidratación u otras enfermedades. De esta forma, a los caracoles se les puede observar en su hábitat en horas nocturnas y, en el día, cuando se presenta alta nubosidad. Por estas razones, si bien se mueven en busca de alimento varios metros desde su habitáculo, que pueden ser hojas secas, troncos de árboles, o espacios frescos en torno a vegetaciones coposas o muy ramificadas, casi siempre cerca de la fuente de su alimento. Sin embargo, estas colonias se expanden y constituyen verdaderas amenazas para ciertos cultivos que son de su degustación preferida, ya que se comen especialmente los tallos, hojas y frutos tiernos, implicando pérdidas de las cosechas y de la economía campesina. Ambientados en un lejano bosque, los caracoles a los que nos referimos, carecían de algunas condiciones que podían mejorar su comodidad y satisfacción, aspiraban a tener en algún momento abundantes tallos tiernos y, más aún, dulces frutos y olorosas flores para degustar sus mieles, por lo que de forma regular designaban comisiones para explorar dentro del bosque sitios que aún no hayan sido colonizados y estén provistos de copiosa hierba fresca y tierna. Muchos valientes perecieron en el intento, puesto que las dificultades del camino hacían que su caparazón cediera ante las inclemencias del camino y quedaran entrampados entre piedras o ramajes o, lo que es peor, estaban expuestos a la mirada y el voraz apetito de las aves que en grandes bandadas habitaban por esas tierras. Aquellas aves tenían a los caracoles como un apetitoso bocado y los buscaban desesperadamente a fin de conseguirlos, aunque fuera uno solo, arriesgando por ello, incluso, sus plumas y alas. Es así que, de cada cien exploradores, apenas tenían noticias de uno o dos, muchos de ellos no regresaban por las grandes distancias, encontraban nuevos bocados para saciar su hambre o se acostumbraban a otros lugares formando nuevas colonias, ya que, como todos los caracoles, pueden depositar cientos de huevos en cada período gestacional, y que, siendo hermafroditas, las posibilidades de expansión poblacional son mayores. Los avances exploratorios de los caracoles daban resultados poco satisfactorios y era menester acometer en la empresa con mayor fuerza ya que las cuevas crías iban multiplicándose por millones. Los abuelos eran más conservadores y sugerían siempre que los jóvenes tuvieran paciencia y se conformen con lo que estaban acostumbrados desde sus ancestros, puesto que las condiciones climáticas y el ambiente en que se encontraban prodigaban seguridad, alimentación, y, sobre todo, el hábitat adecuado para sus exigencias. Los jóvenes eran quienes clamaban un cambio de actitud y positivismo hacia nuevas formas de coexistencia para su colectividad, tratando por todos los medios de convencer y atraer a sus congéneres hacia su causa, con ardientes discursos y otros métodos partidistas, participando en agitadas reuniones que a veces terminaban con alteraciones del orden, generalmente pacífico, de la especie. Se argumentaban todas las razones en pro y en contra de las propuestas migratorias. En pro se decía que las colonias estaban saturándose con nuevas y hambrientas generaciones que amenazaban incluso, devorarse entre sí; se decía que en otras regiones se encontraría amplísimas tierras alfombradas de sabrosa vegetación y que ofrecería mayores espacios para la expansión poblacional de la colectividad. En contra se pronunciaban los ancianos y sabios de la comarca quienes, guiados por su experiencia, su lógica, y los históricos relatos de connotados personajes, señalaban lo conflictivo del asunto mencionando que en otras latitudes se oía que los caracoles eran parte del apetito voraz de ciertas aves; sabían que había el hombre que no aceptaba la convivencia pacífica con su especie y que, al considerar su presencia como una plaga, aplicaban métodos de exterminio, siendo la mayor de las veces recolectados para placenteros banquetes gastronómicos. Los peligros que se mostraban no bastaban para contener la emotiva decisión de los aguerridos caracolitos que, incluso, llegaron a niveles de alevosía contra los abuelos y sabios de las colonias, diciendo que la vejez había domado sus iniciativas y que carecían de estímulos vivir y decidir sobre la voluntad de su pueblo, por lo que su autoridad quedaba en riesgo de perderse. En medio de estas circunstancias y condiciones de la comunidad de caracoles, hicieron su aparición algunos adelantados que llevaron la voz de tenaces exploradores que habían descubierto los campos más hermosos jamás imaginados y que por su vasta geografía cubría todo lo ambicionado por los más inspirados guerreros y que solamente los poetas lo habían imaginado dejando en grandiosas composiciones para el ensueño de ilusos enamorados. Se dijo de la paradisíaca presencia de los más dulces frutos, los más grandes productos de todos los granos, de inmensos tubérculos, de las más fragantes flores, de espacios de reproducción y desarrollo para todos y cada uno de los miembros de su comunidad. Esto motivó una algarabía indescifrable en toda la colonia, al extremo que viejos, niños y jóvenes, al unísono, sin mirar atrás ni pensar en las dificultades ni peligros del viaje, y lo que era peor pensar en seguir a un líder o un camino predefinido, iniciaron el éxodo, produciéndose múltiples altercados por ser unos los primeros y los otros por evitar que otros lo sean. En esta situación, unos por sobrepasar a otros formaron tales amontonamientos que entre fallecidos y desbaratados fueron incontables caracoles los que no pudieron alcanzar la gloria de conquistar las fabulosas tierras extrañas. Se dice que fueron miles de millones los caracoles que se quedaron en el camino, pudiéndose ver una especie de alfombra que se movía, por supuesto, con extrema lentitud, a lo largo y ancho del bosque. Como iban en numeroso y apretado desplazamiento, ocurrían hechos por demás erróneos como cuando, en el avance, en vez de rodear un árbol o una gran roca, éstos lo trepaban hasta la cima para luego tener que iniciar el tedioso descenso, resultando así en un sinnúmero de retrasos. Los más viejos se morían a los pocos metros de iniciado el periplo, los más jóvenes, si querían avanzar lo hacían sobre la concha de los mayores, caso contrario quedaban perdidos entre las piedras del camino, las grandes plantas, ramas caídas o sin orientación alguna se iban en otras direcciones. Finalmente, se fue descubriendo que nadie sabía hacia donde viajaban, ya que todos se emocionaron de la gran noticia y sin esperar mayores indicaciones y peor una planificación lógica, arrancaron su periplo, sin una cabeza que los guiara. Los líderes habían quedado estupefactos del efecto logrado por las sorpresivas noticias y la explosiva y masiva movilización de toda la comunidad sin darles tiempo ni siquiera para pensar en que también ellos debían salir con el grupo y peor en iluminar con ideas el movimiento asistemático y desordenado de sus congéneres. Se dice que un caracol puede viajar, normalmente, alrededor de cincuenta metros por día. Carezco de información sobre la distancia a recorrer desde su hábitat cuotidiano hasta el nuevo edén, pero presumo que mucha ya que las penurias que los caracoles sufrieron en su periplo superan los sufrimientos de Odiseo en su retorno de la inolvidable guerra de Troya, quedando hasta hoy huellas de este histórico suceso. Mientras se movilizaban en masiva peregrinación y luego de varios días de locas confusiones en las que detectaron que ciertos grupos, en su descarrío, incluso, habían dado la vuelta y luego de cruzar por sus asentamientos tradicionales, iban dándose cuenta que algunos bienes, algunas plantas, algunos hitos de su colonia eran ya conocidos, reconociendo en su retro travesía hijos y abuelos abandonados, ya que, en su obsesiva y abrupta iniciación del viaje quedaron olvidados. Algunos sintieron el calor del hogar y quedaron a consolar a sus parientes, pero otros se cree que al irse en sentido contrario posiblemente aún no terminan de dar la vuelta completa al mundo, muy a pesar de su máxima edad promedio que se dice que va de 2 a 5 años en especies menores llegando incluso a sobrepasar los 30 años en algunas especies de mayor tamaño. Esto es, según inspirados estadísticos, su jornada se perdió para siempre. Retornando a los bravos expedicionarios, se dieron muchos intentos de establecer sesudos gobiernos tratando de evitar pérdidas inútiles, tanto de vidas como de esfuerzos, por lo que, de inicio, fueron los más jóvenes quienes con su elocuencia o con su atrevimiento pretendían imponer su criterio para ordenar la marcha, repartir los alimentos y demás enseres que requerían como grupo, puesto que era menester guardar orden, disciplina y respeto mutuo. Pero, su inexperiencia resultó en decisiones poco acertadas, por lo que pronto surgieron problemas mayores y descontentos generalizados, sin embargo, fue el inicio para que descollaran figuras egregias que fueron ganando experiencia y sabiduría, en quienes depositaron su fe y esperanza de alcanzar las metas soñadas y tener para su colonia la feliz culminación y, consecuentemente, una parte del edén ambicionado. De esta forma se hicieron algunos intentos para normalizar la movilización de diversos grupos. No obstante, la inmensa marcha no estaba en posibilidad alguna de ser controlada por ningún líder, por experimentado o sabio que fuera. El descontrol era tan evidente que la marcha tomó visos de eternidad, creando la desconfianza y desazón en unos, la desilusión en otros que pretendían no continuar con el avance y retornar a sus hogares, otros pedían la cabeza de los líderes invocando viejas normas comunitarias ya que aducían que eran cabecillas incapaces e improvisados para ser los conductores de tan importante movilización. La gran masa de caracoles iba, según lo advirtieron reflexivos observadores, ora a la izquierda, ora a la derecha, es decir, a veces iban al sur, otras al este, otras al oeste, pero muy pocas veces hacia el norte que se supone era dónde estaba situado el paraíso terrenal buscado. Sin embargo, a empujones, con estrepitosas caídas e incómodas levantadas, iban avanzando en su obsesivo desplazamiento. Como tardaban en adelantar, el efecto de su paso era apreciado al notar que las tierras, otrora plenas de verdor, quedaban estériles, sin vegetación, ya que, aún las semillas, desaparecían entre las fauces de los hambrientos viajeros, dejando todo lo que estaba a su paso bajo una devastación total. Árboles centenarios eran descortezados en muy poco tiempo y sus hojas y frutos, tiernos o maduros, se perdían como por arte de magia. Se diría que las calamidades que se cernían sobre los pobres caracoles no eran apreciadas aún. Pero, los sabios viejos que recomendaban no iniciar movimiento alguno estaban más que asustados sobre lo que le esperaba a su comunidad. Tal como lo predijeron, los peligros de cruzar tierras desconocidas son incuantificables y estos avezados caracoles lo están sufriendo con demasía: enfermedades, desbarrancamientos, graves y mortales exposiciones a la radiación solar, aplastamientos masivos de alocados viajeros, inundaciones, separaciones familiares, extravíos, etc. Sin embargo, faltan peligros mayores y van a tener que soportarlos. Al cruzar un hermoso bosque, inicialmente quedaron sorprendidos por el paraje cubierto de florecillas y, más aún por el trinar de las aves que jugueteaban entre sus ramas. Estos pájaros eran de vistosos colores y muy grandes. Sabían del banquete que les ofrecía un molusco gasterópodo de esta especie y apenas los detectaron se lanzaron en picada llevándose en sus picos cuantos podían cazarlos. Este potaje lo festejaron incluso haciendo invitaciones a pájaros de otras comarcas que llegaban por centenares a darse un piqueo de ricos caracoles. Así, los pájaros tuvieron sus días de suerte y la población de caracoles se redujo a la mitad. Fue entonces necesario organizarlos de mejor forma y los ancianos y sabios líderes observaron que las aves comían en el día y dormían por la noche, hecho que podía ser su salvación. Entonces se prepararon bandos que se difundieron en todas las colonias disponiendo que todos y cada uno de los caracoles se moviera exclusivamente en el frescor de la noche, sea para alimentarse, o iniciar los desplazamientos colectivos, mientras que debían permanecer completamente ocultos mientras haya luz diurna. Los pájaros sorprendidos de no tener a su alcance nuevos caracoles y, creyendo que ya se terminaron, dejaron de perseguirlos, dedicándose a la búsqueda de granos y otros alimentos de su predilección y los que fueron invitados retornaron felices del banquete a sus dominios. A raíz de este horrible suceso que quedará impreso con sangre en las páginas de la historia de los caracoles, estos cambiaron su costumbre de moverse en el día para hacerlo solamente en las noches y días muy nublados, manteniéndose siempre en posición oculta. Los caracoles que ofrecieron su vida en pro de la búsqueda de su paraíso fueron muchísimos. No obstante, dado que la reproducción de los caracoles es muy prolífica ya que, al tratarse del tipo hélix aspersa pueden hacer dos puestas al año, cada una de entre 80 a 120 huevos, por lo que la población se recupera en corto tiempo. A pesar del terrible episodio de los pájaros, la enorme mortalidad de caracoles que fueron dejados en abandono, atrajeron a otros invasores como los escarabajos que devoran cadáveres y otros desperdicios, hormigas, babosas, así como parásitos. Esto originó nuevas amenazas como enfermedades mortales que diezmaron de nuevo los caracoles restantes de numerosas colonias Esta peregrinación caracolera merece destacarse como el triunfo de la tenacidad sobre las adversidades y si llegan a su edén éste será su máximo premio esperado por su inquebrantable constancia. EL EDEN Una de las ventajas que contaban las colonias era que enviaban a sus exploradores quienes se comunicaban e informaban todo cuanto observaban y lo que encontraban de interés. Agotadores esfuerzos significaron para los caracoles desplazarse, con hatos y garabatos, hacia la búsqueda del jardín de las maravillas que todos ansiaban y perseguían denodadamente. Una tarde en la que todos se aprestaban a movilizarse y buscar su alimento diario, vieron a uno de sus esforzados adelantados que, cansinamente, arrastrándose muy lento llegaba cargado de muestras que al parecer habían sido recogidas de un sitio muy feraz pues, aparte de tallos tiernos y hermosas flores, trajo muestras de exquisitas frutas y ricos granos. La algarabía de la comunidad entera era por demás rebosante, afirmando que habían llegado a su edén esperado y muchas veces soñado. Decidieron avanzar lo más rápidamente posible, procurando esta vez, despertar a los dormidos en hibernación, ayudando a los que tenían nuevas crías, empujando a los viejos que ya casi no podían moverse y que estaban cansados, a los que se encontraban en estivación, dejando incluso hasta de utilizar su rádula para introducir un bocado a su estómago. La alfombra de caparazones rojizos, al unísono, empezó a moverse en veloz desplazamiento, si se puede ir más rápido que un caracol. Todos con sus cuellos y tentáculos estirados y los ojos muy abiertos que oteaban el horizonte iban, entusiasmados y gozosos, imaginándose regodearse con las maravillas sugeridas y alimentadas por largo tiempo con la ilusión de vivir grandiosamente y formar nuevas colonias. La primera oleada de caracoles hizo su aparición frente a su real sueño, apresurándose a tomar posesión de los plantíos de tomates, dalias y patatas. Sus sabrosos tallos y hojas saciaron en parte el apetito voraz de los visitantes; enseguida fueron sus frutos los que apaciguaron las ansias largamente sostenidas. Otras oleadas de caracoles estaban en camino y su arribo inminente se aproximaba. Al despertar el nuevo día, los campesinos vieron como sus cultivos estaban siendo atacados por extraños visitantes. Un sentimiento de pesar acometió en sus pechos al ver asolados los cultivos que tanto esfuerzo requirieron de todos quienes habitaban el lugar. Los niños los encontraban encantadores y hasta entretenido el juego que iniciaron de proponer competencias de velocidad entre algunos ejemplares, a imitación de “turbo” que inspiró la resonada película que hacía ya tiempo la vieron junto a sus compañeros de escuela y de juegos. LA GUERRA Alarmados los campesinos buscaron opiniones de expertos quienes proporcionaron varias alternativas. Una de ellas era que aprovecharan su presencia e hicieran un aprovechamiento comercial ya que en otras latitudes se consumían con buen agrado, como una exquisitez, siendo España y Francia con sus escargot los principales países que lo consumen en cantidades que sobrepasan las 50 a 80 toneladas. Tuvieron diversas reuniones “de trabajo” para buscar oportunidades y aprovechar la presencia de estas colonias de caracoles. Los expertos informaron que la demanda de esos países es atractiva y que pagan un buen precio, alcanzando hasta un valor de 7000 euros la tonelada métrica y que para el efecto hay un procedimiento a seguir. Se deben purgar en cajas de madera durante 5 o 6 días; luego seleccionar los individuos válidos y embalar. Es decir: selección, purgado, calibrado, limpieza, embolsado, rotulado, transporte y finalmente la venta. Cuando los campesinos trataron de poner en práctica la cosecha de caracoles sufrieron muchas dificultades puesto que la propagación era vasta, el estándar de tamaño era muy disperso, hubo muchos individuos que debían descartarse por la presencia de enfermedades y parásitos. Además, el trabajo que representaba no justificaba el precio ofrecido. Mientras trataban de obtener resultados comerciales, los caracoles iban en aumento y cada día devoraban mayores extensiones de cultivos. Algún experto sugirió la introducción de ciertas aves como las gallináceas, faisanes, tordos, gavilanes caracoleros. Su puesta en práctica se imposibilitó por los altos costos de algunas aves, ya que se requerían de muchas de ellas, y que, además, iban a causar destrozos a los cultivos, especialmente de los frutales. Había otras alternativas, pero no fueron aceptadas, como la de sembrar serpientes, ranas y sapos, ciertos escarabajos, etc. que se sabían son depredadores de caracoles. Los campesinos estaban desesperados por no poder controlar la invasión de millones de estos moluscos que arruinaban los cultivos. Se inició un proceso de recolección realizado por todos los pobladores de la zona, pero, si un día separaban mil, al siguiente día aparecían dos mil, con lo que esta era una medida ineficaz. Entonces, entre los caracoles, los líderes y sabios de las colonias empezaron a preocuparse por la presencia del hombre. ¿Cómo era posible que sus congéneres no puedan gozar del edén tanto tiempo soñado, largamente esperado, y que requirió un esfuerzo casi imposible realizado por sus colonias con sacrificios inimaginables dado que en el intento quedaron espantosamente sembradas en el camino varias generaciones, de manera que por donde atravesaron está como huella visible un pavimento de caparazones? Para ellos el hombre es el intruso. El hombre les ha declarado una guerra injusta por la que se ve amenazada toda su especie. Varios argumentos se exponen en largas y acaloradas juntas. Otra vez, son los más jóvenes que sienten que es hora de hacer algo por defender sus derechos. Los ancianos y experimentados recomiendan prudencia; algunos proponen hacer algún contacto con el hombre para mediar una solución. Varios jóvenes coaligados creen que sin más dilación es tiempo de armarse para propinar un ejemplar castigo y hacer que el hombre abandone el edén. Muchas ideas van y vienen. Se devanan los sesos buscando soluciones, formas adecuadas para lograr sus objetivos. ¿Qué armas serían las más convenientes? Si lo más fuerte de su estructura es el caparazón y lo más eficaz para atacar sería su rádula, esto es, esos dentículos que sirven para raer y raspar para obtener su alimento. Se presentan diversas ideas en una lluvia que se asemeja a una verdadera tormenta. Se ha visto que al hombre le disgusta la baba de caracol ¿qué podemos hacer para que esta sea un arma eficaz? juntamos la baba y colocamos en su lecho y así se pegará y no podrá levantarse. Si aprovechamos los caparazones de los caídos y los utilizamos como protectores de los nuestros; nos cubrimos de espinas pegadas al caparazón y arremetemos contra el hombre. O, si todos a la vez atacamos y raemos los pilares de su casa hasta que se caiga. Mientras así se desarrollaban las agotadoras reuniones de los líderes de los caracoles, otras oleadas iban aterrorizando a los campesinos que veían con gran preocupación que sus plantaciones se iban agotando. Por donde iban se encontraban con montones de caracoles: subidos en las plantas de maíz, devorando las manzanas, los tomates, las ramas de las plantas de patata, las vides, hasta los árboles de capulí y naranjos quedaban pelados y cubiertos en sus ramas y hojas por miles de caracoles. Angustiado el hombre pensaba en la forma de eliminar la plaga que ha golpeado sus cultivos, su patrimonio, su vida, su familia y amigos. Dijeron que la sal y el azúcar eran enemigos de los caracoles. Esto sería para atacar a muy pocos y resultaría muy oneroso defender toda su propiedad con esta medida. Seguían recolectando caracoles y colocándolos en recipientes plásticos, aunque era una ocupación por demás insatisfactoria ya que los caracoles seguían aumentando ya que nuevas colonias se estaban integrando a los exploradores iniciales. Estaban en su edén y debían saciarse con ansia, con ahínco, con desesperación, como si este fuera un sueño y temieran despertarse. Comían todo lo que encontraban y tal era su placer que llegaban al éxtasis, quedando como muertos en las hojas, en las ramas, en las flores, en los troncos de los árboles, en los pilares de las casas, en todo lugar habido y por haber. Estaban amontonados, colgados, aplastados y hasta formaban una especie de estalagmitas o estalactitas. Se movían indistintamente y como se estorbaban mutuamente, para avanzar lo hacían por sobre sus semejantes. Y su número aumentaba, tanto por los nuevos migrantes como por las nuevas generaciones que surgían como por arte de magia, como algo misterioso. Los campesinos empezaban a creer que esta situación les había puesto en una misión imposible. Los patos, gallinas, pavos, faisanes, ocas y otras aves que habían sido introducidas, a pesar de su costo, casi no tenían la posibilidad de moverse de un solo sitio por la gran cantidad de caracoles, llegando a rechazarlos como alimento por sentirse empachadas por atragantarse de ellos. Los líderes de los caracoles habían observado esta situación y cavilando empezaron a darse cuenta que su proyecto del paraíso terrenal tenía fallas muy graves ya que no contemplaron la desproporción que representaba introducir a toda la población de sus colonias en este lugar, por más feraz que sea la tierra, por más que este lugar sea de proporciones infinitas, por más que la producción de los cultivos sea excesivamente generosa. A los propietarios de las granjas no se les ocurrió otra solución sino la de recurrir al fuego en todas sus plantaciones. Esto no se aprobó por consideraciones medioambientales y las leyes rígidas que sometían a la población. Se dijo que podía causar una catástrofe climática y que la pestilencia iba a contaminar al globo terráqueo. Sin embargo, había que hacer algo, había que proceder a detener esta terrorífica plaga. Ya habían intentado de todo, incluso, el envío a otros países para degustación de sus pobladores, habiendo invertido en equipamiento, mecanismos de recolección, empaquetamiento, transporte. Nadie sabe de cuantos contenedores fueron enviados al exterior llevando toneladas de caracoles. Lastimosamente, esta medida nunca pudo satisfacer las exigencias de los países receptores ya que en el intento se recogía caracoles con palas mecánicas sin tener el cuidado de seleccionar por tamaños y determinar si son sanos o enfermos, si son ancianos o jóvenes. Peor se iban a detenerse a someterlos a las purgas requeridas y lavados individualizados para finalmente empaquetarlos según las normas de manejo de los productos alimenticios, declarando si son caracoles preparados o en pie. De suerte que apenas llegaban los contenedores eran llenados por las volquetas que los conducían desde los campos, produciéndose no pocas anomalías en el embarque. A poco de cerrados los contenedores, se empezaba a sentir una fuerte fetidez ya que, por las condiciones de amontonamiento, casi todos morían y podridos la enorme mayoría generaba gran repugnancia, debiendo arrojarlos al mar con todo su equipaje, sufriendo con ello millonarias pérdidas. Según recomendaciones fitosanitarias, luego de examinar conscientemente los hábitos y formas de alimentación, sus preferencias según el sabor y el olor de ciertos productos, y analizando las virtudes y propiedades de todos los elementos químicos de la tabla periódica, se estableció que algunos de estos les causaban sensaciones de empacho, otros que les producía fuerte somnolencia, algunos les quitaba el hambre por varios días, otros que les causaba embotamientos generalizados, otros que tenían efectos parecidos al alcohol causándoles una fuerte borrachera, pero ninguno era mortal, excepto por algunos de ellos que por su efecto radiactivo les causaba, aparte de mareos y picazones, una luminiscencia especialmente de los ojos que brillaban en las noches como si se tratara de luces de pequeños vehículos. Trataron de fabricar algunos productos que más reacciones tuvieran, pensando que los más eficientes serían aquellos que motivaran la falta de apetito y la somnolencia considerados como benignos para la naturaleza. Así se fabricaron toneladas de comida de caracoles que se distribuían a lo largo y ancho de las tierras patrimoniales de los campesinos, tratando de reducir el daño que estaban ocasionando los invasores en lo que ahora consideraban su nirvana. Estos actos del hombre para liberarse de la presencia de los caracoles, enardecía a los líderes, incluidos los sabios y viejos experimentados, por lo que nuevamente se establecieron jornadas de ardientes deliberaciones en las que ya no se pedía prudencia, ahora se pedía castigo. Se habían roto todos los derechos de extensas poblaciones de moluscos gasterópodos que lo único que hacían era gozar de los placeres que les ofrecía su paraíso terrenal. Nuevamente se cavilaron alternativas de guerra con grito de muerte a los invasores. Había que destruir al hombre ya que en caso contrario acabaría por exterminar a todos los caracoles existentes en el universo. Lamentablemente, las estrategias ya empleadas no fueron positivas, primero, por no habérselas aplicado y, segundo, el hombre parecía invencible. Pese a todas las medidas impuestas por el hombre, la presencia de caracoles, en aumento, era inagotable. Aunque ya no se vislumbraban nuevas oleadas de visitantes, su número sobrepasaba cualquier concienzuda estimación y las tasas de nacimiento eran astronómicas, los caracolitos, apenas se formaban según la genética de su especie, iniciaban la búsqueda de algo que roer y, en su propósito, al igual que los grandes, no era raro que muchos se subieran por las ropas de los campesinos. La sábana de caparazones era tan extensa y tupida que no había lugar sobre la superficie que se pudiera dar un paso sin sentir el craqueo de su rompimiento y, por supuesto, la baba espesa y envuelta en restos de caparazones y tierra quedaba impregnada en el calzado haciéndose difícil caminar y, por supuesto, quitársela. Unos y otros, los hombres y los caracoles, estaban completamente frenéticos. Unos y otros, con razón, creían que los rivales eran los advenedizos y que su presencia era porque invadieron su patrimonio o su conquistado edén. Por más que elevaban preces y toda serie de ritos místicos, con menjurjes y embelesamientos recomendados para estos eventos pidiendo a sus dioses su salvación, estos en nada intervinieron, dejando que las cosas se resuelvan por sí solas. EXODO Vistos todos los esfuerzos realizados por los campesinos, punto hubo que creyeron que lo más conveniente era recoger sus tereques y emprender el éxodo, sin importar la dirección que tomaran. Sólo les detenía el enorme cariño que habían sentido por estas adoradas tierras que habían sido ancestralmente elemento fundamental de su vida familiar. Allí nacieron ellos y sus hijos y, con esfuerzo, hicieron un cielo de goces y satisfacciones. Allí jugaron sus niños y crecían alejados del dolor y ansiedades que se podían observar en las grandes ciudades. Ahora todo era un desastre de proporciones bíblicas. Entre los caracoles se empezó a sentir un leve resquemor e inicios de incomodidad, hambre e insatisfacciones. Los ideales de su paraíso iban destronándose y solo quedaba, aparte de una superficie muerta y llena de cadáveres y pestilencia, hastío y desolación. Ya los líderes no intervenían y veían a sus semejantes como seres hostiles. Pensaban que todo había sido un error, desde el inicio, una locura de las masas que se dejaron arrastrar por el sueño de ilusos, más enajenados que ellos mismos. ¿Abandonar estancias seguras donde todas las colonias convivían felices para caer en el infierno pintado de paraíso, donde la pesadumbre reinaba, y no cabía imaginación para ver tanta masacre junta? Los humanos resignados iniciaron su retiro hacia sitios menos corrompidos, buscando acogimiento donde familiares lejanos, muchos de los cuales les recibían con los brazos abiertos; otros iban a centros de acogimiento público; otros, sin ilusiones ni objetivo alguno, seguían su camino sin saber hacia donde les llevaría el destino. Iban desterrados de sus casas, dejando abandonado su patrimonio, sus proyectos de vida, sus esperanzas. Nada les quedaba como para volver. Todo lo bello que crearon se había hundido, desaparecido como un espejismo, como pasar de un bello sueño a una horrible pesadilla. Igual que los humanos, los caracoles vieron que nada quedaba de sus ansiados sueños y que la solución era emigrar. ¿Hacia dónde? Qué importancia tenía dirigirse a parte alguna del mundo; sólo tenía sentido abandonar para siempre estos lugares. Agotados, arrastrándose en cualquier dirección, sin norte, sin guía, dejando atrás un océano de miseria y podredumbre, abandonaban este sitio, lentamente, soportando las arideces del camino, enfermos y patojos, estropeados sus caparazones otrora rojizos y brillantes, muchísimos iban cayendo como terrible ofrenda a los errores causados por demenciales ambiciones, como estigmas generacionales, para ser finalmente sepultados por el tiempo. ¿APOCALIPSIS? Cuentan los viajeros que cruzaron por estas tierras, cuando ya se habían olvidado los aciagos acontecimientos y muy poca memoria quedaba de aquella horripilante y extraña guerra entre especies, es decir, muchísimos años después, que encontraron un extensísimo campo cubierto por una gruesa capa caliginosa, que al parecer aún mantenía ciertas formas típicas de los caparazones de caracol, pero que la mayor parte estaba formada por reducidos trozos informes que luego de proceder a detallados análisis de laboratorio se detectaron que eran restos de caracoles yertos en períodos pasados. La imagen reseñada por aquellos viajeros mostraba un erial en que sobresalían algunos tocones de árboles muertos. El suelo estaba cubierto por una alfombra grisácea de varios centímetros de espesor que únicamente había permitido que poquísimas plantas rústicas y robustas, de poca utilidad, rebasaran esta superficie para mostrarse ante el sol, pero que este suelo no era apto para la iniciación de ningún tipo de cultivo beneficioso para el asentamiento humano. ¿Fueron estos acontecimientos parecidos al pregonado apocalipsis bíblico? ¿por qué el desborde de pasiones conduce a esa feroz destrucción de un verdadero paraíso creado por el hombre y condenado a la total infertilidad para nuevas generaciones? Econ. Darío Ernesto Llerena Torres