viernes, 19 de junio de 2020

LA NOVICIA DEL AQUELARRE( ) Darío Ernesto Llerena Torres Noviembre de 2019 Hubo una hermosa doncella que con sus encantos cautivaba a todos quienes la veían. Aparte de su belleza natural en que resaltaban sus grandes ojos verdes cual los tonos de las plantaciones de las gramíneas tiernas, el fulgurante brillo dorado de su cabellera, su talle cimbreante y delicado como el esbelto trigo tierno, las perlas de su boca que se mostraban con su abierto, atrayente y alegre sonreír, en fin, muchísimos dones de la pródiga naturaleza, relievaban, por sobre todo, su carácter amistoso con no pocas muestras de generosidad, sencillez, humildad, condescendencia, su don de gentes y una incansable actitud hacia el trabajo y el orden de las cosas. Sus orígenes se remontan a un árbol genealógico de nobleza y dignidad siendo sus antepasados poseedores de bienes, cuyas rentas satisfacían adecuadamente su alegre ritmo de vida, sin exageraciones ni demostraciones de preponderancia vana. De niña a mujer fue el paso de mayor trascendencia, puesto que, habiendo sido el encanto familiar, pasó a ser el encanto del mundo. Esta flor, nacida en hermosos jardines, causó, por sus gracias y sin quererlo, verdaderos quebraderos de cabeza, ya que codiciosos pretendientes hacían viajes desde lejanos pueblos para ofrecerle su amistad y, algunos más atrevidos, directamente solicitarla en matrimonio, muchos de ellos a cambio de ingentes tesoros y hasta de la entrega de cierto número de camellos, caballos, vacas, chivos, o lo que sea. Sin embargo ella, al no ser como las otras jovencitas, casquivanas y alocadas que se abalanzan, sin atenerse a las consecuencias ni meditar serenamente sobre aspectos de conveniencia y seguridad, creyó no estar madura todavía para tomar partido matrimonial, quien quiera sea su pretendiente, solicitándoles amablemente postergar sus pretensiones conyugales en pro de formalizar una carrera que creía de mucha importancia para su vida, ya que su devoción estaba situada en torno a la formación infantil para mejorar la calidad de sus conciudadanos, que en ese tiempo, carecían de normas de conducta personal, trato humano, cortesía, en suma, su ética y moral distaban de lo necesario socialmente. Las desazones de los pretendientes se multiplicaron y se hicieron casi imposible solucionarlas. Príncipes, nobles, profesionales, propietarios de tierras, empresarios, banqueros, y más, sin contar los pobres o desprotegidos por la fortuna que pugnaban por lograr su atención. A tal extremo llegó la asiduidad de estos que, como un medio para reclamar sus derechos, cometieron hasta felonías y se vieron inmersos en innumerables trances de contiendas en los que unos y otros quedaron como perdedores, ya que la hermosa dama se mostraba fiel a sus principios y seguía sin tranzar su decisión ni ceder a tanto postulante, cuya larga lista iba desde los caballeros más hermosos a los más feos rufianes. Hubo en este enfrascamiento, casos de difícil desenredo ya que, como en todo, esta caterva de solicitantes no era procedente de una capa social uniforme, y se podía contar entre ellos, además de gente honrada, trabajadora, respetable y digna, a estruchantes, maleantes, asesinos, cuenteros y en general, gente de fechoría, que empezaron a cometer algunos delitos en las cercanías del hogar de la bella. Crímenes de varias características se multiplicaron en la zona por lo que, por más esfuerzos que hicieron los responsables de la ley, el orden y la paz ciudadana, éstos sucesos desbordaron la armonía regional y las posibilidades de solución, por lo que, intentando corregir un problema general, por recomendaciones de viejas y gente envidiosa, por acción de despechados pretendientes, por efecto de reclamos de los afectados por la delincuencia, pronto se erigió el dedo acusador de la sociedad y sin mayores miramientos se orientó hacia la preciosa joven, quien inocentemente había continuado con su rutinaria existencia. La maldad de la gente orientó su furia hacia ella y en cierto momento su residencia fue agredida por una turba sin límites que en su afán destructivo irrumpieron la santidad de su hogar y causaron múltiples destrozos en ventanales y puertas, cortinajes y adornos, al lanzar todo tipo de proyectiles, endilgando insultos por demás hirientes y falsos. Se le acusó de varias ofensas sociales entre las que se habló de prostitución, e incluso, de profesar ocultos secretos de brujería, lo que por esos tiempos era causal de pena de muerte, de ser posible en la hoguera. Considerando que la situación podría ser superada, la bella evitó imputar denuncias, optando por poner en el saco del olvido las graves injurias recibidas. Perdonando, con su alma noble, a truhanes y escandalosos, desnaturalizadores de la verdad, esos que desatan su odio gratuito hacia inocentes que, desconociendo los trances ocultos y las negras intenciones de sus enemigos, coexisten permitiendo libremente sus artimañas que como la ponzoña de las víboras revierten en su contra. La animadversión hacia la bella, en lugar de apaciguarse, fue creciendo y desbordándose lo que desembocó en mayores agresiones que hicieron peligrar su vida. Fueron tantas las ínfulas de los facinerosos agresores que cierto día arrojaron amenazadoras llamas contra su casa, por lo que tuvo que escapar con suerte y apenas llevándose una manta para evitar ser afectada por el fuego y, tomando rumbo hacia lo desconocido, caminaba por senderos de cabras, pedregosos casi cubiertos por malezas tupidas y que ocasionalmente utilizaban los campesinos de la zona, yendo a parar en las despobladas cercanías de un monte, en cuyas escarpadas laderas divisó una miserable casucha de palos y pajas. Como el cansancio le dominaba, además que sus pies no acostumbrados al silvestre, pedregoso y áspero atajo se lastimaban, sus delicadas plantas le dolían tanto que hubo de merecer de varios descansos obligatorios, y visto que se aproximaban las horas de la obscuridad nocturna, acudió a ella y al llamar a la destartalada puertita, cubierta de ramajes, salió una viejita pequeñita que llevaba muchos años encima, por lo que, con el peso de ellos, su espalda se arqueaba dificultando su erección hasta una mejor postura. Muy sorprendida la viejita de ver a la bella solita en ese desértico lugar, a muchos kilómetros de distancia del más cercano poblado, y, mirándola adolorida, agotada y aparentemente sin haber probado ni agua ni bocado alguno de alimento en muchísimo rato, temblando de frío y miedo, abrió su puerta y la invitó a entrar y acomodarse en algún lugar, ya que la pobreza era visible y no contaba con ningún tipo de mueble para acomodar a su invitada. En tanto esto ocurría al pie de la montaña, la casa de bella sufrió un voraz incendio que calcinó absolutamente todo lo que contenía y, como nadie ofreció ningún dato respecto de la bella residente, se supuso que había sido muerta y calcinados sus restos por el espeluznante fuego. Por más investigaciones que hicieron las autoridades de esa provincia no obtuvieron ningún dato que contribuya a su localización. Enviaron pesquisas y embajadores a diversas ciudades, creyendo que podía haber sido objeto de un secuestro, y nada. Incluso, después de muchos años se argumentaba de diversa manera sobre la desaparición de bella. Se dijo incluso que, como habían supuesto sus acusadores, la bruja simplemente escapó por algún recoveco y desapareció volando en una escoba, con esto, algunos hasta podían jurar que la vieron volar por entre la humareda y emitiendo unos aterradores gritos, de esos que solo saben las brujas. Sosegado el ánimo de bella, esa noche tuvo que aceptar como cama un sucio rincón que estaba libre y que, retirando tereques y varias prendas de la buena anciana, tuvo un espacio donde pudo estirar sus cansados huesos y descansar mejor que en un castillo. Apenas pudo recobrar su vida, la viejita le había hecho comer algunas pocas habichuelas preparadas en una sopa de hierbas silvestres y apaciguado su sed con agua fresca tomada de un hermoso riachuelo que bajaba por las cercanías de su casita. La buena anciana fue informada de los pormenores de los incidentes que tuvo que soportar la bella joven y confortándola, lo mejor que pudo, logró tranquilizar el sufrido espíritu de la inocente. De hecho, la joven desconocía a profundidad las razones que habrían esgrimido sus agresores, por lo que poco fue lo que llegó al conocimiento de su bienhechora. En esas circunstancias, bella sintió perder todas sus fuerzas y, su espíritu, sin amilanarse ni sumirse en la desesperación que acarrea la desgracia, se resignó a continuar siendo quien siempre fue, aunque ahora carecía de todos los bienes que antes disfrutaba. Pidiendo el debido permiso y con la aquiescencia de la anciana se dedicó a convertir la sucia casucha que le acogía en un lugar menos apestoso, menos desorganizado, menos inhóspito. Para ello, ayudó con el lavado y aseo de algunas prendas aprovechando la presencia de las cantarinas y cristalinas aguas del riachuelo, organizó en provisionales estantes las pobres pertenencias que se encontraban dispersas por los rincones de la casita, quitó los polvos que se acumulaban por doquier y que podían ser causa de enfermedades y, principalmente, el sitio de concentración de desagradables insectos como chinches, pulgas, piojos y cucarachas. Con ello, las dos, y con el contento de la viejita, tuvieron un lugar más acogedor y cálido que les permitía coexistir armónicamente en espera de encontrar soluciones a su triste situación. Así mismo, por experiencia, sus curiosidades y lecturas, sabía del proceso de siembra y cultivo de algunos productos, ayudando a la viejecita a disponer en su pequeñísima huerta con cultivos de algunas cebollas, coles, fréjoles, hasta maíz, trigo, cebada. La viejecita fue muy agradecida con la bella joven, mostrándose feliz y con ella reía compartiendo hasta una taza de agua caliente, pues sus limitaciones no reparaban ninguna insatisfacción, careciendo, en ocasiones hasta de sal para la sazón de sus sopas y ensaladas y, peor, de alguna clase de golosinas. De tanto departir con la joven los diversos acontecimientos que relataba, la viejecita fue armando un tejido de revueltas dudas en una esclarecedora verdad, la misma que se cuidó mucho de mantenerla en reserva, para no levantar sospechas que puedan herir a su querida compañera, a quien llegó a quererla como si fuera su propia hija. Al desenredar todo ese ovillo, se enteró claramente de quienes eran los culpables de las desgracias avenidas a la joven, por lo que decidió identificarlos para tomar venganza oportunamente. La confianza mutua permitió que la viejecita fuera informando a la bella sobre sus años jóvenes, sus esperanzas y desilusiones, refiriéndole que había también sido objeto de agravios por parte de mucha gente, algunos de los cuales, dada su responsabilidad, habían pagado ya sus penas. En su inmaculada e ingenua consciencia, nada vislumbró sobre venganzas ni resquemores de quienes podrían haberle afectado, entendiendo, más bien, que estaban perdonados y su monstruosidad olvidada. Esto contribuyó a que la viejita nada hiciera con sus proyectadas venganzas y, más bien, hizo todo lo posible para contribuir a que se olvide de sus desgracias y retome una vida feliz. Ella veía que la anciana tenía costumbres extrañas, desconocidas totalmente, observando que acostumbraba salir en horas desacostumbradas y cuando inquiría sobre el particular le respondía que sus salidas eran para traer comida, proveerse algunas medicinas o cualquier pretexto con lo que siempre quedaba satisfecha. Sin embargo, el cariño hacia la anciana no declinaba y más la consideraba como si fuera su amada madre ya que estaba siempre para ofrecer sus cuidados y muchos apreciados y sanos consejos. Lo raro era que en ocasiones llegaba tiritando muy entrada la madrugada, casi con el aparecimiento de la aurora, y para recomponerse de sus fatigas, gustaba prepararse un vaso de agua caliente con alguna hierba aromática para luego tomarse un descanso reparador. Inquieta como era bella, empezó a buscar razones sobre los actos de la anciana, hasta que, mientras departían alegremente alguna tisana de media tarde, le confió que no era de su deseo preocuparle y que prefería no conociese sus secretos. Como el aprecio de ambas era grande, la ancianita le confió finalmente que, debiendo mantener la confidencia y guardar absolutamente su secreto, le iría dando cuenta de sus actos. De esta forma, bella estaba más que interesada en saber la verdad del comportamiento de la ancianita y quiso participar activamente en las actividades de la buena amiga. Esta le confesó que gustaba reunirse con algunas amigas para pasar un buen rato de chismes y regocijos y que para ello tenía que desplazarse en la oscuridad de la noche, sigilosamente, a fin de no ser descubierta por otras personas. Conociendo la falta de facilidades para entrar y salir de la choza, las dificultades que una anciana tendría para movilizarse en la oscuridad de la noche por los senderos que ya conocía, la carencia de medios de transporte y la distancia hacia los pueblos más cercanos, bella tuvo muchas dudas, por lo que insistió en su deseo de saber cómo lo hacía y que también ella quisiera participar con nuevos amigos ya que antes los tenía y eran buenas y alegres todas las reuniones con ellos. Dijo la ancianita: Si es grande tu deseo de venir conmigo y tu ánimo está propicio, yo también quiero que me acompañes y conozcas algunas de mis amigas. Quedando entonces confabuladas en dicha empresa, y, hechos los arreglos básicos y predispuesto su ánimo quedaron en iniciarlo esa misma tarde cuando sea la hora de media noche. Entre los arreglos indispensables estaba el vestirse de oscuro para confundirse con las tinieblas de la noche y proveerse de una escoba de ramas de retama que es la más apropiada para desplazarse por entre las nubes. Esta tarde trabajaron duro en los arreglos de la casita y recolección de las retamas y lianas necesarias haciendo un buen atado de las mismas de modo que queden bien apretadas en procura de evitar una catástrofe si se zafan. En el ínterin le enteró de muchas cosas de sus amigas informándole que entre ellas todas se querían, pero, que había algunas que actuaban en contra de las gentes por algunas razones, sobre todo por venganza u odio, causándoles muchos daños, mientras que la gran mayoría no hacían ningún daño y más bien ayudaban a otras personas, aunque sin identificarse. Así ella había comprendido que la venganza no es buena y que es mejor perdonar y vivir tranquilamente, a pesar que el corazón se reviente al querer actuar en contrario. Ilusionada como estaba bella, las horas le parecieron larguísimas, inacabables, interminables. Al fin, llegada la hora prevista y con los aprestos necesarios, la anciana de dijo que nunca olvide las palabras mágicas ya que ellas le llevan a cualquier lugar que quisiera y así mismo le traen sana y salva, excepto si se produjera algún error. Las palabras mágicas para volar son: “De villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada, tú me llevarás” y dando un pequeño salto sobre la escoba, sujetada firmemente, se elevará a las nubes y te llevará hasta donde sea tu deseo. Aprendida la lección fue necesario practicarla, de modo que, como buena alumna, bella estaba presta a explorar el mundo y conocerlo de una manera muy diferente a la que antes creía. Un deseo ferviente se apoderó de su espíritu que no dejaba de imaginarse en recorrer sus antiguas propiedades, conocer ciudades que había oído y leído sobre sus bellezas, lo interesante de algunos lugares históricos, llegar hasta la cima de algunos elevados montes, conocer la gran amplitud del mar, llegar hasta contemplar la blancura infinita de los polos y, así, no descansaba con sus ideas y su mente se acaloraba con nuevas ilusiones. Presintiendo sus enloquecidos pensamientos, la anciana le pide calma, no se puede hacer todo a la vez, primero hay que aprender algunas cosas y saber lo indispensable para el viaje, como por ejemplo: elegir las noches más oscuras, no arriesgarse a ser descubierta en las proximidades de las ciudades, sujetarse muy fijamente a la escoba, cuidarse de los cables de los tendidos eléctricos, y, sobre todo, nunca demostrar, ante nadie, su habilidad mágica, ya que en ese caso se pierden para siempre estos poderes y puede causar daños a otras personas inexpertas. Preparadas como estaban, sujetándose a sus escobas y diciendo las palabras mágicas, con un leve silbido del viento, en un abrir y cerrar de ojos, estaban las dos cruzando el firmamento por sobre las nubes, en una noche muy obscura y fría oteando a la distancia pequeños puntos de luz que al acercarse eran algunos pueblos y ciudades que desde la altura se distinguían claramente. La experiencia de la anciana le permitía darse cuenta de la orientación que llevaban, los pueblos que sobrevolaban, las ciudades que impactaban con el brillo de sus calles alumbradas y algunos letreros luminosos. Conforme la cita a la que acudía la anciana llegaron a las proximidades de un poblado muy lejano y bajaron en unas casitas abandonadas pero que esta vez estaban repletas de locuaces señoras, unas más viejas que otras, pero que muy alegres esperaban a la ancianita con su compañera nueva. Después de abrazos de bienvenida, todas danzaron muy alegremente y compartieron algunas degustaciones preparadas para este evento. A todas ellas les causó enorme alegría la presencia de la bella joven, quien a su vez actuó con condescendencia y demostraciones de cariño, cosa que para muchas de ellas era extraña ya que no habían tenido una ocasión como esta en la que alguien congeniara con ellas y fuera tan agradable. De modo que, una más que otra, quería que en los eventos próximos la anciana lleve a su compañera de forma infaltable. En los bailes se formaban ruedos estruendosos por las risas, aplausos, gritos de alegría y hasta silbidos con que festejaban el placer de reunirse. No hacía falta ninguna música ya que con sus cantos y bullicio suplían a cualquier orquesta, siendo nuestra bella la que, con sus aires salerosos y bailes aprendidos en sus mejores días, hacía las delicias de las asistentes. Les entretenía con relatos, chistes, simpáticos gestos, remedos, pasos de baile que las ancianas desconocían y hasta tonadas nuevas que iban aprendiendo a costa de repetirlas una y otra vez, hasta que casi llegó la hora del aparecimiento del alba en que tuvieron que apresurarse para retornar a sus hogares respectivos. Luego del agradable descanso y un ligero desayuno, la anciana mostró hacia bella su agradecimiento ya que con alegría tarareaba algunas melodías aprendidas esa feliz noche, viéndole como rejuvenecida, ya que recogía leña, se proveía de agua, recogía productos para una buena comida, atizaba el fuego del fogón, y más actos que sorprendieron a bella, que más bien se quedó en su lecho hasta más tarde, con un poco de flojera para levantarse. Se hizo costumbre para las viajeras desplazarse en búsqueda de nuevos saraos de sus amigas, fiestas inolvidables donde la invitada de honor era la más tierna y bella joven que hacía las delicias con el canto, el baile y sus diversas maneras de entretener que las viejas retomaban energía para sacudirse con mayor fuerza y alegría, hasta quedarse casi agotadas, rendidas de la alegría. De esta manera, ella conoció el norte, el sur, el este y el oeste del mundo entero y satisfizo su ansia de conocimiento, por lo que gustó de aprovecharse de su magia para conocer personalmente los pueblos y ciudades que estaban en su mente, guardando todos los preceptos enseñados y recomendados por su salvadora y ahora la amiga inseparable. Para ello, con la seguridad requerida y guardando prudencia, aunque siempre vestía de negro, podía moverse entre las multitudes captando en su joven espíritu la belleza de cada rincón del globo. En muchas veces, dado que su juventud se mantenía y sus encantos estaban intactos, entre las gentes que visitaba, siempre encontraba galanes que perturbaban su tranquilidad, muchos de los cuales quedaban perturbados y la perseguían con la finalidad de conocerla y lograr su amistad. Pasó algún tiempo y de entre los lugares que visitaba recibía impresiones que motivaron en ella profundos suspiros y arrobamientos que denunciaron ante la viejita su enamoramiento. Como ella sabía, más por su experiencia, lo que le ocurría a bella, buscó obtener respuestas directamente de ella y le contó lo que hacía y que en algunas ciudades había quedado prendada de algunos caballeros y especialmente uno de ellos quien le había dominado sus fuerzas y taladrado su alma con impactantes miradas de tierno afecto y cariño. En principio le causó una desazón a la viejita que creyó iniciarse el camino de su separación con su queridísima amiga, más, conociendo que bella necesita expresarse como mujer y conocer la felicidad del matrimonio, mediante sabios consejos y sesudas razones, hizo que ella se decidiera a unirse en feliz matrimonio con un honrado caballero, muy apreciado por la sociedad, trabajador y responsable de varias sólidas empresas. El meritorio matrimonio se hizo con mucha pompa y algarabía. Ella feliz y el satisfecho de la hermosura que cautivó su corazón y ahora era su esposa. Conocedoras del feliz suceso, la viejita y sus amigas convinieron en hacerle un agasajo para lo que organizaron una fiesta general con nuevos eventos y entretenidos juegos, teniendo que ser de corta duración ya que no podía aislarse de su esposo más que por solo unos pocos minutos, tanto porque lo amaba demasiado, cuanto porque no quería que supiera que ella tenía encuentros furtivos con personas ajenas, pudiendo causarle algún malestar. Como el hombre era buen trabajador, y por sus altas responsabilidades tenía un horario extendido, luego del saludo cariñoso con su amada, pasadas las altas horas de la noche, tenía un sueño en extremo pesado, que era aprovechado por ella para sus fugas de encuentro con la viejita y sus amigas. Al regresar, a veces aterida del frío, y en ocasiones cansada, lograba el placentero descanso en su regazo, y al sentirla demasiado helada, se preocupaba de estrecharla en sus brazos y darle su calor. Como, ya eran repetidas las madrugadas en que su querida esposa estaba tiritando de frío, tubo razones de preocuparse considerando que puede aquejarse de alguna enfermedad o su enfriamiento se debería por descuido suyo, por lo que decidió evitar la profundidad de su sueño, durmiendo para el efecto con un ojo abierto. Entonces, pasada la media noche, cuando ella entendía que su esposo estaba adentrado en lo más profundo de los sueños, suavemente se retira de sus brazos y sigilosamente se quita las cobijas, se levanta, busca ropas abrigadas, abre la ventana y dice: “De villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada me harás volar” y dando un pequeño salto desapareció en su vuelo nocturno. Con honda preocupación contempló este suceso, pensando más bien que se trataba de un sueño pasajero, pero que le mantuvo preocupado, aunque sin decir nada que alarme a su querida esposa, guardó silencio, para ver cuáles eran los resultados de aquella acción. Después de esperar por largo tiempo, llega ella disimuladamente y en silencio se arrima guareciéndose del frío en los brazos de su esposo. Como si nada pasara, guardó su extrañeza confortando a ella para capear su frío y procurar su descanso que pronto se tornó en un sueño profundo que reflejaba su cansancio. La noche siguiente, sucedió lo mismo, y la siguiente noche, igual. Como estaba atento a lo que hacía su esposa antes de desaparecer por su ventana, escuchó sus palabras que decía “de villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada me harás volar” Entonces, luego del regreso de ella y verla en su más reparador sueño, dormida como un lirón, se levanta, toma la escoba, como vio que hacía su mujer, y dice: “ de viga en viga, de pilar en pilar, escobita amada me harás volar” y dando como su cónyuge un saltito, empezó a darse golpes muy fuertes en una y otra viga, contra uno y otro pilar de la casa, causando con sus quejas y retumbos de los golpes un gran alboroto que hizo despertar a su consorte quien angustiada veía a su esposo sacudirse por los aires en continuos tropezones contra las vigas, contra los pilares, una y otra vez, quedando en condiciones peores que un cristo crucificado, esto es lleno de chibolos, laceraciones, quebraduras de huesos, sangrados y, lo peor, el terrible susto y espanto que no se le separaba de su rostro. Una vez calmado el huracán, vinieron las paces, y bella tuvo que atender a su amado esposo que quedó envuelto en sábanas y vendajes con una buena provisión de bálsamos, antisépticos, cremas y más menjurjes curativos utilizados en esos tiempos. Sobre sus andanzas nocturnas, anteponiendo que era un secreto y no había posibilidades de divulgación ni en confidencia para nadie, le reveló desde cuando se iniciaron sus prácticas, lo qué se debe hacer para no levantar sospechas, cómo se debe controlar la escoba de retamas, que jamás se debe olvidar recitar adecuadamente las palabras mágicas, ya que de eso depende la partida y el regreso. Le contó que ella gustaba muchísimo estar con sus amigas y conocer otros pueblos y ciudades, así como lugares atractivos. La curiosidad del marido fue acrecentándose hasta lograr la aceptación de ella para hacer un viaje nocturno juntos, desde luego, cuando ya se cure de su estropicio y no le empeoren sus males el frio nocturnal. De esto le informó a la viejecita, su entrañable amiga, y ella se contactó con sus otras camaradas, estando todas de acuerdo en aceptarlo, por el inmenso amor que la bella despertó en ellas y como un agasajo matrimonial, por lo que hicieron los diversos preparativos para la recepción en un hermoso y remoto lugar, muy alejado de cualquier rastro del hombre. Resuelto todo, y superados los temores que se agolpaban en el espíritu de su abnegado esposo, dispuestos sobre la escoba mágica, listos y a volar, ambos recitaron al unísono: “De villa en villa, de ciudad en ciudad, escobita amada nos harás volar” y dando, ambos, un pequeño saltito, salieron como un suspiro directo a las nubes, escuchando apenas el ulular del viento que silbaba en los oídos. Como la bella no había nunca realizado un viaje en pareja, al comienzo tuvo muchos deslices que aterrorizaron a su pávido marido que solo miraba desde arriba el lugar sobre el cual estaría su destino final, imaginándose si será mejor caer de cabeza o de pies, y ¿Qué pasaría si se cae de espaldas o de frente o de lado? Bella, finalmente, consumada navegante, controló muy bien a la escobita voladora y desde lo alto del firmamento iba mostrando los pueblos y ciudades que ya los conocía muy bien, así mismo otros parajes y sitios de turismo que asombraron al, medroso aún, cónyuge. Hicieron un aterrizaje feliz en medio de una muchedumbre de viejecitas, unas más que otras, que les esperaban cantando himnos y hermosas canciones enseñadas por bella y estudiadas danzas que emocionaron a bella y causaron enorme emoción en su esposo que inmediatamente se vio envuelto en el tumulto participando, como el que más, de toda la inolvidable jarana, hasta muy avanzada la mañana al iniciarse el brillo de la aurora. Hicieron el fugaz retorno tal como ella acostumbraba, aunque esta vez, con tanto danzar, corretear, comer, reír, cantar, llegaron sin el extremo frío, pero sí, agotados. Fueron a su lecho en el que reposaron por varios días hasta recobrar felices sus agotadas energías. De esta experiencia el esposo confesó a su hermosa compañera que el viaje había sido muy interesante y emocionante y que era preferible participar de su amor dentro del hogar, salvo situaciones que fueran menester por algún evento trascendente y no por la mera costumbre. En este criterio ella estuvo de acuerdo y poco a poco fue siendo retenida por el calor hogareño prefiriendo los fuertes brazos de su amado esposo a participar en las locas alegrías de las viajeras viejecitas. En poco tiempo tuvo el nacimiento de una hermosísima hijita por lo que su presencia continua era necesaria aumentando con ello el fuego hogareño plasmando sus esperanzas de intentar que la familia sea feliz y dedicada por entero a la crianza de su hermosa heredera. A esta niñita hermosa le pusieron el nombre de Isabella, más linda de lo que fue su madre con unos ojos hermosísimos, un talle primoroso, una cabellera que se ondulaba ante el más leve soplo del viento. Desde pequeñita aprendió a cantar, bailar, pintar convirtiéndose en la alegría del hogar. Igual que la madre, la pequeña fue creciendo con una belleza sin igual motivando la alegría y la unión familiar, aprendiendo todas las artes y ciencias que se ofrecían en la infancia, además de los inocentes juegos pueriles que departía con otros niños cercanos. Al cumplir la niña sus quince primaveras, recibió un apreciado regalo de parte de las amigas maternas de antaño. Era una escobita de retama muy bonita que llevó para adornar su habitación hasta que pueda decidir por su propio designio utilizarla para cumplir con sus fantasías. Aún hoy, dicen que en las noches silenciosas que se siente el ulular del viento, se escucha un prolongado silbido, suave y hermoso, es el paso de Isabella con su escobita que visita las casas de las personas buenas deseando la mejor de las suertes y que tengan una eterna felicidad.